Mucho se ha hablado del papel de los docentes en la actualidad, del quehacer diario en cada institución educativa, de los bajos salarios, de la calidad educativa, del plan decenal de educación, del Decreto 1278, de la evaluación anual de desempeño, de la evaluación para ascenso en el escalafón, de la jornada única, entre otros tópicos que pueden escaparse en este momento; sin embargo, lo que me atrae directamente en esta ocasión es una brevísima cuestión que actualmente ronda la mente de la gran mayoría de docentes en Colombia y es ¿a quién debo cumplirle profesionalmente?
Por Martín Rivera
La pregunta no es del todo descontextualizada ya que, por un lado, el Ministerio de Educación exige al docente cumplir con una serie de protocolos que dejan al margen la verdadera y precisa misión para la que fuimos formados mientras que, por otro, nos exigen altísima calidad visible, observable y evaluable con nuestros estudiantes. Si bien el propósito es loable desde una perspectiva política según el eslogan “Colombia, la más educada de América Latina en el 2025”, también debería reflexionarse el alto grado de inutilidad de muchos protocolos que, de alguna manera, capturan un alto porcentaje de tiempo que bien podría aprovecharse en el ejercicio pedagógico con estudiantes; sólo para dar una perspectiva de lo que debe cumplir un docente, tenemos 1.278: pertenecer a un comité de gestión que puede ser académico, comunitario, administrativo y directivo donde periódicamente debe hacer un seguimiento a una serie de actividades las cuales deben consignarse en un formato; formar parte de un proyecto transversal cuyas actividades, propósitos, objetivos y seguimiento deben consignarse en otro formato; realizar seguimiento a estudiantes que han desertado de la institución cuyos conceptos deben consignarse en otro formato; realizar seguimiento a actividades que promueve el plan de mejoramiento institucional que deben escribirse en otro formato. Para no extender demasiado la lista, además, un docente debe presentar dos evidencias consignadas en formatos particulares de dominio curricular, planeación y organización académica, pedagogía y didáctica, uso de recursos, seguimiento de procesos, comunicación institucional, interacción con la comunidad, liderazgo, comunicación y relaciones interpersonales, trabajo en equipo, negociación y mediación, compromiso institucional social e institucional, iniciativa y orientación al logro.
Al finalizar el año escolar, cada aspecto debe estar debidamente consignado, redactado y evidenciado con testimonios, fotos, documentos, videos, etc., sin contar que existe un documento llamado Anexo 2, el cual también debe estar diligenciado de acuerdo con cada evidencia consignada en cada formato. Por si no fuera suficiente, toda esta “formatitis”, que agobia la docencia, cada periodo se deben presentar informes y seguimientos en “formatos” de estudiantes con necesidades educativas especiales, solución de conflictos, remisiones a orientación escolar, remisiones a comité de convivencia, formato de inasistencias y justificaciones, entre otros, que podrían escaparse y que forman parte de la jornada única.
Toda esta parafernalia de protocolos ha precisado repensar la labor docente, ya que anualmente cada profesional presenta estas evidencias como parte de su evaluación anual de desempeño para cumplir los tecnicismos que obliga el Ministerio de Educación, dejando de lado lo que verdaderamente debería ser el plato fuerte en la educación, la labor con estudiantes.
Propendiendo por cumplir cabalmente lo que en verdad significa educación, bastaría tener un excelente plan de clase y de área junto a un funcional mecanismo de evaluación integral, así que, con todas estas políticas y formatitis, seguimos pensando: ¿a quién es que debo cumplirle?
