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Aferrarse a la nada

Daniel Rosas Martínez*
30 de diciembre de 2024 - 05:00 p. m.
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Bajo el riesgo de parecer banal, en un país en donde los problemas sociales abundan y podría haber temas de “mayor importancia”, me arriesgo a escribir acerca del amor o, más bien, de nuestra vaga idea de lo que es. Sin embargo, espero no confundir y pretender que tengo la más mínima idea porque, al igual que muchos, yo también me he aferrado a nada.

Este escrito no supone una definición o ideas pretenciosas para establecer un concepto tan amplio y filosófico que ha inspirado a muchos a lo largo de los siglos como lo es el amor (el romántico); más bien, son ideas con base en la experiencia y mi rol como psicólogo las que me llevan a tener claridad sobre aquello que, al menos desde mi perspectiva, no lo es.

Dicen que no hay amor sin sufrimiento, pero donde se sufre constantemente no hay cabida para la salud mental, la reflexión o el cambio; bien dijo el famoso psiquiatra y filósofo, Víctor Frankl: “El dolor es solo soportable si sabemos que terminará”. Yo diría, al menos para este planteamiento en particular, que el dolor se vuelve soportable cuando elegimos terminar con él, cuando tomamos decisiones y establecemos límites, cuando no estamos dispuestos a aceptar aquello que no merecemos: los malos tratos, la falta de interés (la no validación emocional) y/o la infidelidad.

Ahora bien: ¿por qué nos es tan difícil poner límites personales? Para mí está claro que, dentro de las muchas razones que explican esta situación, una de las más importantes es no tener un concepto propiamente establecido de lo que son: tendemos a confundirlos con acciones egoístas y decisiones radicales; por otro lado, para quienes se han dado a la tarea de leer acerca del tema, muchas veces la dificultad radica en el temor a afectar o perder del todo las relaciones interpersonales que tan difíciles son de establecer hoy en día.

No muchos están dispuestos a renunciar fácilmente a sus vínculos: incluso cuando estos atentan contra su propia integridad, se tiende a valorar por encima de todo el tiempo invertido y los sentimientos involucrados, pero que la emoción no nos nuble la razón al tener claro que estos vínculos deben estar soportados por dos o más personas (si hablamos de vínculos familiares o amistosos). Las relaciones de cualquier tipo se construyen desde la reciprocidad emocional.

Empeñarse en mantener relaciones unidireccionales puede ser agotador y avivar emociones o sentimientos negativos como la ira, el miedo, la frustración y el resentimiento. En casos más extremos puede ser el detonante para el desarrollo de una enfermedad mental como la depresión. Entonces, ¿por qué nos aferramos a estas relaciones? En realidad, es una pregunta que muchas veces he querido responder, y si bien hay fundamentos teóricos que nos pueden dar luz a una respuesta objetiva, yo diría que se valora más aquello que no se tiene y que genera expectativa —”el tesoro al final del arcoíris”— sin olvidar que antes de ello está la tormenta.

Es importante que realicemos un proceso introspectivo, analicemos detenidamente las relaciones que mantenemos y establecemos, no ser obstinados y dar cuenta de los vínculos inexistentes que perpetuamos por el miedo a la soledad y la inseguridad. Debemos dejar de aferrarnos a la nada y a la creencia malograda de no encontrar dos veces a la misma persona, porque claro está que eso es justamente lo que hace bella a la vida, las nuevas experiencias y el cambio constante.

* Psicólogo.

Por Daniel Rosas Martínez*

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