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El fenómeno del Niño, que era inminente el año pasado, aplazó su venida para 2015 y ahora sí viene porque viene.
Esa apreciación técnica, supongo, la tiene el Ideam y la replica el Gobierno Nacional por intermedio del presidente de la República. Aunque el Centro de Predicciones Climáticas de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (Noaa) reduce al 50% las probabilidades de que el fenómeno llegue a presentarse en los países suramericanos.
Creyéndole a nuestro Ideam y no al Noaa, ya se habla, con razón, de la necesidad de ahorrar agua, en forma temporal y puntual, para evitar las consecuencias del esquivo, y también temporal, fenómeno climático. Eso aplica, y es más que válido, en los sitios en donde la disminución del consumo del precioso líquido permite materializar el concepto de ahorro. En donde eso no es posible penalizar el consumo, no tiene objeto.
Y ese es el caso de Barranquilla y el Atlántico, a las que en forma terca y obcecada las han incluido, y las pretenden mantener, en las normas sancionatorias al consumo cuando por las características de la fuente hídrica de abastecimiento, el agua que aquí se consume no es ahorrable.
Nuevamente les explico el porqué: la escasez mundial de agua induce a la racionalización de su uso. Ahorrarla es la consigna. En Colombia, sin embargo, ese objetivo se temporiza —aclaración importante para quienes justifican la medida como aporte global al ciclo hídrico, que así no lo es— sólo por la emergencia de El Niño, mientras los embalses andinos recobran nivel. ¿Ahorrar? Clarifiquemos entonces conceptos: ¿Guardar, reservar?: podría ser.
Hasta aquí estamos sintonizados. Si la abstención condujera a que, durante el fenómeno climático, otros dispongan del precioso líquido, vaya y venga; sacrificio gustoso. Pero, ¿utilizar una concientización que sensibiliza sentimientos para castigarnos cuando aquí el agua con que contamos, a más de abundante no es ahorrable? ¡Por Dios!
Explico: los recursos naturales, renovables o no, los hay de flujo y de fondo. El carbón, por ejemplo, es de fondo, se extrae a discreción hasta cuando se acaba. Mientras que el agua, en su estado natural de escorrentía o encauzada, es de flujo —a menos que se confine— se usa cuando el caudal lo permite, y se agota si es extraída a una tasa superior a su renovación. Al no sacarla del flujo, no se permite su ahorro, se va, pasó.
En Barranquilla el agua la tomamos del caudaloso río Magdalena, y la que no utilicemos no podrá beneficiar a nadie más, sea paisa, cachaco o caribe, pues al ladito, ahí, en la desembocadura, el recurso se diluye en la inmensidad del mar así en sus diferentes procesos, incluyendo la evaporación, siga en circulación entre las distintas partes de la hidrosfera. ¿Me expliqué? Para los fines de las resoluciones con las cuales nos han sancionado en el pasado (ahorro temporal) y pretenden hacerlo nuevamente, bajar consumo aquí no tiene objeto.
Esperemos que la Alcaldía Distrital y las fuerzas vivas de la ciudad desde ya le hagan ver a la CRA ese absurdo. No se trata tampoco de un tema de concientización o disciplina social, pues tiene carácter temporal y no en todo el país se aplica. ¿Entonces? ¿Nos vamos a dejar empujar nuevamente, cual borregos mansos, a un corral que no nos corresponde?
