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Ajá, ¿y el amor marica?

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Juan David Torres
06 de marzo de 2023 - 02:00 a. m.
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Alguna vez escribí un poema al que titulé: “Un poema del amor marica”. Lo encontré de nuevo y mientras lo leía me di cuenta de que, después de tantos años, la escritura de un marica sigue siendo un reclamo, un reclamo que te quita a tu padre y a tu madre, un reclamo que te arranca del macho, un reclamo que te obliga a amar una oscuridad traicionera, lejos de casa, en las fauces de una seguridad nocturna que no existe, así como tampoco existe el amor para los que no dejamos de huir. Huir en la escritura desde temprano, huir de nuestros pueblos, ya sea con la suerte de migrar a una gran ciudad o a las pequeñas, que no están muy lejos de la mirada que se posa en tus uñas pintadas y en la piel descubierta de una loca foránea, con esa burlita que te molesta, te quiere eliminar la seguridad y te pone como una mancha en el paisaje. Por eso mismo, escribir como marica siempre será un reclamo de amor, de preguntarse por el amor, por un amor que no viene completo, que primero te mira como marica y, con suerte, después te mira como a un ser humano. Y eso que hablar de suerte ya resulta un auténtico privilegio.

Ese poema del amor marica se cuestiona por el menosprecio, un amor que no está en el otro que te odia o que te quiere dar un pico en la esquina, donde no lo vean. Pero que tampoco se encuentra en ti mismo. La realidad de aquella declaración: no hay nada más grande que detestarse a uno mismo por ser como es. ¿Qué sabe el mundo de violencia, cuando no hay peor guerra que en la cárcel interna donde somos niños lastimados?

El quiebre siempre estuvo en lo predestinado: hacerle honor a un apellido, a una herencia de hombrías consagradas y a una exigencia que te sigue observando con decepción. El quiebre está en un cuerpo que no pertenece, que se arrincona, que no tiene amigos varones, que tiene amigas. Un cuerpo que nadie cuida, porque a los hombrecitos no hay que protegerlos. Todo lo contrario, se les agarran los testículos como un reconocimiento de lo que eso significa: mírate, eres un varón y los varones no lloran, los varones hacen llorar.

Uno descubre la vida de otras maneras o, mejor dicho, la vida te descubre y la empiezas a entender. El amor entre dos hombres nunca estuvo en la pantalla, en el pequeño televisor que tuvimos cuando ni siquiera había luz eléctrica, a punta de motor. Un amor que no terminamos de encontrar, porque bien lo dijo Lemebel: “Usted no sabe cómo cuesta encontrar el amor en estas condiciones”. Las de una incomodidad que nos separa del resto, como lo hicieron en la escuela, ¿te acuerdas? “No te juntes con él, ya te contaré por qué”.

El amor que perseguimos comprende la belleza y la ternura como especies en extinción. Tanto silencio, tanto temor, tanto desprendimiento, porque no tenemos raíces cuando escapamos. El amor que valora lo pequeño. Un amor que se vuelve valiente. Un amor que llora con la memoria. Un amor que te miente. Un amor que no deja de pararse frente al espejo, para dar con ese rostro que te toca querer. Un amor que ojalá no discrimine. Bien lo decía ese poema: somos unas fieras saliendo hacia afuera, en multitud, con un reclamo de vida.

Por Juan David Torres

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Julio(54961)07 de marzo de 2023 - 05:03 p. m.
felicitaciones juan david por tu excelente nota!!
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