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Bipolaridad del inversionista

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Columna del lector
01 de junio de 2015 - 02:00 a. m.
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Si bien la bipolaridad es un término clínico que describe un trastorno de comportamiento asociado a diferentes orígenes, soy de aquellos que lo usan de manera poco apropiada, pero lo hago cuando alguien de mi entorno cambia su estado de ánimo de manera inesperada.

Con años de experiencia en el sector de inversiones, especialmente en el mercado de capitales, fue habitual encontrar clientes que atendían recomendaciones y “seguían su política de inversión” —esto es, saber qué tanto podían poner en riesgo— o encontrar también clientes que, atendiendo comentarios frívolos, de esos que vuelan a una velocidad inexplicable, llegaban a la mesa para dar, con toda la energía y elocuencia, una orden de compra de activos. Cuando le cuestionaba por qué quería ese y no otro o por qué mejor esperaba qué hacer, en medio de esa diatriba, digo, terminaba cerrándose su orden y quedaba montado en su activo, ese en el que su amigo le había dicho que había ganado dinero, sin antes aclararle que ya había vendido su posición desde hace un buen tiempo.
 
El mercado cierra en la tarde. Entrada la noche, en el segmento de noticias económicas, ese inversionista sentado frente a su televisor se dio cuenta de que metió las cuatro. Al mismo tiempo, por cosas del destino, su asesor, o sea yo, estoy a la misma hora viendo el mismo canal y pronunciando en voz alta: “este man metió las cuatro”, y será entonces una larga noche para pensar cómo ser concreto y directo con el osado inversionista.
 
Con la misma energía que usó para dar esa orden de compra, pero esta vez no muy contento, con una cara totalmente transformada y de un genio “bastante volao” —esto lo imagino por su tono de voz al otro lado del teléfono— empieza un discurso lleno de fatalidades, cuestionando por qué no lo detuve para hacer esa inversión. “Señor, se lo dije”, pero no atendió porque creyó en la noticia de una subida cuando, en el contexto de una valorización, es una señal de venta. Cómo hacerle entender a un inversionista que llegó a una fiesta sin invitación y terminó en medio de la pelea. Suele suceder, y quienes lean dirán que ese comportamiento de optimismo y euforia en la compra —en el contexto de una expectativa de valorización— termina en un escenario de tristeza apretando la corbata de su asesor de inversiones.
 
Esa bipolaridad es extrañamente contagiosa y en mi concepto se derrocha energía vital para pensar en el verdadero objetivo de invertir. Es innegable que eso que yo he llamado bipolaridad es lo que permite que el dinero se mueva, que haya volatilidad, es ese sujeto invisible que se tiñe de rojos y verdes para mostrarnos que hay oferta y demanda, que lo que se intercambia es meramente riesgo por dinero y que es el riesgo lo que hay que administrar y no la plata.
 
A los pocos días volvía el mismo inversionista y, otra vez con su estado de ánimo al cien por ciento, estaba listo para comenzar de nuevo en la tarima para errar o acertar.
 
Mario Fernando Montoya G.

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