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Por Fernán Medrano
“Los negros no hacen nada, creo que ni como reproductores sirven más”, declaró de manera abierta y descarada el ultraderechista Jair Messias Bolsonaro, durante su campaña a la Presidencia del Brasil, un país donde la mayoría de la población es negra o afrodescendiente.
Para calificar a Bolsonaro, sin embargo, se puede recurrir a un surtido de adjetivos y decir que él es un tipo desvergonzado, deslenguado, lengüilargo, desbocado, mal hablado... y aun así sin duda nos quedaríamos cortos.
De Bolsonaro también se puede afirmar que es un tiranosaurio político que llega a revivir la tradición de las pasadas dictaduras que padeció América Latina. No obstante, la dictadura, esta vez transfigurada, intenta volver a reactivarse en un gobierno con apariencia democrática: vuelve absurdamente a reactivarse por la vía electoral, esto es, y como quien dice, la dictadura retorna de la mano de los ciudadanos. Y es que por lo visto y lo escuchado al propio Bolsonaro, si gana, el suyo será un mandato ejercido de forma despótica.
Las palabras y las acciones del mismo candidato presidencial me dan la seguridad para expresar que lo peor que le puede suceder al Brasil tiene nombre propio y se llama Jair Messias Bolsonaro. Lo que más me duele es saber que el primer damnificado por el odio de Bolsonaro será, justamente, el pueblo que lo va a elegir para que ocupe el cargo de presidente de la República Federativa del Brasil.
Bolsonaro es un tipo que no solo está dispuesto a decir cosas monstruosas, sino también a hacerlas. Si Bolsonaro es elegido presidente del Brasil, eso no sería un presidente, sería un desquiciado ocupando el más alto cargo de elección popular del gigante sudamericano. Por eso, me atrevo a garantizar que si la historia de Bolsonaro fuese contada en lo más espeso de la jungla, hasta asustaría a las víboras.
Por otro lado, cabe formularnos la pregunta sobre qué vamos a hacer con tantas falsas iglesias cristianas, con tantos medios de desinformación y con tanto think tank ultraderechista en América Latina; porque es necesario resaltar que, sin estos antedichos medios de embrutecimiento del pueblo, Bolsonaro no hubiera salido a la superficie política del Brasil.
Creo que algunos gobiernos progresistas de la patria grande intentaron domesticar al capitalismo salvaje, pero no pudieron, y este ahora vuelve más agresivo. Al capitalismo salvaje no hay que amansarlo: lo que hay que hacer con él es liquidarlo, creando un proyecto político, económico y social que lo supere.
Creo que los gobiernos progresistas tienen que aprender que, como diría Ernesto Che Guevara, no podemos “llegar al pueblo como llega una dama aristocrática a darle una moneda”, llevarle comida o sacarlo de la pobreza material únicamente.
Al pueblo es necesario organizarlo y formarlo políticamente, porque de lo contrario vienen los medios a bombardear con sus falsas noticias, vienen los think tanks de ultraderecha a inundar las redes sociales y vienen las falsas iglesias cristianas a contaminar la cabeza y a dar al traste con lo poco de democracia que se ha construido en algunos países de América Latina desde el más reciente período progresista.
