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Por Rodrigo Urrego Álvarez
Revisando la historia moderna de la humanidad, encontramos que durante muchos años (1500 al 1900 aproximadamente) los países más poderosos del planeta eran aquellos que poseían gran cantidad de recursos naturales tales como hierro, carbón y cobre. Pero en nuestros días la dinámica es bien diferente: los países con mejor calidad de vida no son precisamente los que tienen más petróleo. En la actualidad, priman las ideas a la riqueza, para los países es mucho mejor crear productos con un alto valor agregado que servir de despensa de materia prima con bajo nivel de tecnología o innovación.
Este aspecto aún no ha sido entendido por el señor ministro Cárdenas, administrador de la chequera, ni por los demás políticos, quienes proponen invertir los ya exiguos recursos de ciencia y tecnología en la construcción de carreteras. En general, los políticos colombianos parecen no entender la realidad en la que vivimos. En palabras del tres veces ganador del premio Pulitzer Thomas Friedman, “la llave de la riqueza se encuentra en la forma como su país o su compañía acumulan, comparten y cosechan el conocimiento”. Pero Colombia no acumula ni cosecha gran conocimiento técnico-científico, básicamente porque tenemos unos dirigentes que en plena era del conocimiento piensan todavía como si estuviésemos en los años 1600.
Los miopes dirigentes colombianos son los típicos analfabetos científicos descritos por Marcelino Cereijido, que a lo sumo declaran que van a apoyar la ciencia, en vez de apoyarse en la ciencia tal como lo hacen las economías del primer mundo. Detrás de sus modernos laboratorios, sus prestigiosas revistas científicas, sus becas y toda su parafernalia hay una maquinaria que transforma la información en conocimiento y lo transfiere a los diferentes ámbitos de la vida cotidiana, produciendo productos de alto valor agregado como celulares, computadoras, carros, aviones. No olvidemos que nos transportamos, nos divertimos, hacemos deportes, trabajamos e inclusive nos matamos con sus inventos.
Mientras que por falta de presupuesto los edificios de las universidades públicas se sigan cayendo, los aspirantes a las becas de doctorado se tengan que ir a manejar taxi y muchos investigadores se tengan que refugiar en Europa o Estados Unidos por falta de presupuesto para sus investigaciones, Colombia será un país condenado al fracaso. Volviendo a lo dicho, no se trata de apoyar la ciencia, sino de apoyarse en la ciencia. Lo hicieron Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial y lo hizo Corea del Sur (considerada la 13ª economía más grande del mundo), un país que en los 50 era más pobre que el nuestro, pero que hoy nos vende carros, neveras, celulares, lavadoras.
Señores dirigentes, les sugiero abandonar la miopía con la que ustedes gobiernan este país e insertar a Colombia en la economía del conocimiento. No es difícil; analistas como Andrés Oppenheimer ya han descrito la claves. Requerimos de un ecosistema para que aflore la innovación, para lo cual se necesita: 1) un buen sistema educativo, 2) aumentar los recursos destinados a la investigación, 3) respaldar el capital de riesgo para el afloramiento de nuevas empresas de base tecnológica, y 4) estimular la movilidad de personas altamente preparadas. La receta ya está inventada, eso es lo que hacen todos los días los países llamados del primer mundo. No da muchas cintas para cortar, pero sí da más competitividad económica en unos mercados regidos por productos generados por avances basados en el conocimiento.
