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No nos mintamos: que gran parte de Colombia se haya enojado con Ana Bejarano no es gratuito. A diferencia de lo que ha dicho en entrevistas en radio o incluso a este mismo medio, no existió una campaña de desprestigio contra ella ni contra su organización. Más bien, lo que existió fue una noticia con pocos matices que se viralizó.
Habría que recordarle a Bejarano que, si bien los derechos constitucionales son, de facto, lo más importante para el Estado colombiano —especialmente para los ciudadanos—, estos derechos tienen limitaciones en el día a día. ¿Ejemplo claro? Que exista la guerra, que existan barrios sin servicios públicos o que haya gente sin conexión a internet. Nada de eso es evitable, aun cuando el Estado, en sus diferentes instituciones, haga lo posible para que no suceda. Vivir del idealismo, señora Bejarano, no es más que un error de criterio, normalmente consecuencia de una vida donde nunca se vio el otro lado de la moneda.
La neutralidad de red, como bien ha manifestado Bejarano en diferentes ocasiones, es un valor importante y que, de alguna manera, protege al mundo de ser preso de un algoritmo sin filtros y manipulado a conveniencia. Pero tampoco podemos olvidar que esas mismas redes no están ahí por casualidad. Bejarano argumenta que son seleccionadas a dedo porque Meta financia a las compañías de telecomunicaciones para que las incluyan en ese plan de gratuidad, aunque sea pago alrededor del mundo. Sin embargo, lógicamente estas compañías no son tontas y saben muy bien que es un ganar-ganar, ya que la mayoría de usuarios de sus servicios también están activos en esas redes y las usan constantemente.
¿Es acaso consecuencia directa la financiación con el número de usuarios activos? Lógicamente no. Facebook y WhatsApp ya eran las redes sociales más usadas en Colombia incluso antes del inicio de estas estrategias. Una falacia argumentativa, sin duda.
“WhatsApp es la mayor red de desinformación en Latinoamérica”, reza Bejarano, como si eso fuera un gran hallazgo o algo que solo una persona ilustre y con PhD puede saber. Y es que es lógico que lo sea, porque también es la más popular. Hay que recordarle que la desinformación nace por y para la masividad, ¿y qué mejor que ser masivo en el servicio de mensajería gratuito con más relevancia en la región? Sin olvidar la última obviedad: que la desinformación también es creada y compartida por los mismos usuarios, y puede venir desde un chisme de barrio hasta una bodega con miles de cuentas activas en cientos de celulares.
Igual, todo lo anterior no es importante; de eso ya se encargará de hablar la historia y los investigadores sociales. Lo importante es que en Colombia estas redes sociales —sobre todo para la gente del común— trascienden la neutralidad de red y hacen parte de su día a día, en cómo nos comunicamos los colombianos, en cómo decidimos informarnos y de qué forma (o si decidimos no hacerlo). Y eso, bien o mal, suple las necesidades comunicativas de la sociedad.
Es como cuando, después de días sin poder comer, una persona al fin tiene cinco panes que lo saciarán por al menos 12 horas, y llega alguien a cambiárselos por media manzana “porque le nutrirá más”, pero lo dejará igual de hambriento que antes. Buenas intenciones, praxis nula. Aunque es importante recalcar que nada justifica las amenazas, y que ojalá los operadores de la red sean sapientes y no sea el usuario final quien termine pagando estas iniciativas inoportunas.