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Hace siete meses regresé de un año inolvidable en Colombia, un país que me abrió las puertas y transformó mi vida. Desde entonces, no pasa un día sin que reflexione sobre las experiencias vividas, los paisajes que me marcaron y las personas que me enseñaron tanto. Mi estadía en Bogotá y Santander, especialmente en Barichara, me mostró un país lleno de contrastes, pero también de una resiliencia y una calidez humana inigualables.
Un país lleno de oportunidades
Durante mi estadía, pude observar cómo sectores clave como la agroindustria, la construcción, el comercio y la tecnología presentan un enorme potencial para el desarrollo de negocios rentables e innovadores. Además, el enfoque en estrategias modernas de servicio al cliente ofrece una oportunidad significativa para evolucionar la experiencia del consumidor y fortalecer la competitividad de las empresas locales. Desde la personalización de servicios hasta el uso de herramientas digitales, Colombia tiene el potencial de avanzar en este ámbito, beneficiando tanto a los consumidores como a los negocios.
Bogotá: una ciudad de contrastes y aprendizajes
Bogotá me recibió con su energía inagotable, una ciudad donde los días parecen cortos para la cantidad de historias que se cruzan en sus calles. Una de las cosas que más me sorprendió fue la eficiencia de su sistema de transporte público. El Transmilenio, junto con el resto de las opciones de transporte, me permitió moverme fácilmente por la ciudad, conectándome con su cultura y su gente.
A pesar de las percepciones que algunos puedan tener sobre la seguridad en grandes ciudades, nunca me sentí en peligro en Bogotá. Parte de esto se debe a que siempre puse en práctica un sentido común y estrategias de precaución que he desarrollado a lo largo de mi vida, lo que me permitió disfrutar de la ciudad con confianza. Gracias a esto, pude explorar con tranquilidad y descubrir su riqueza cultural en espacios como los museos, los mercados locales y el arte urbano que decora sus muros.
Los murales de grafiti en Bogotá no son simples expresiones artísticas; son narrativas vibrantes que cuentan la historia de sus comunidades. Desde mensajes de resistencia hasta obras que celebran la diversidad cultural, cada mural es un recordatorio de la fuerza creativa de esta ciudad. Caminar por barrios como La Candelaria es como recorrer una galería a cielo abierto, donde el arte urbano conecta a los habitantes con su historia y sus luchas cotidianas.
Lo que más me impresionó fue la calidez de las personas, quienes, a pesar de sus propios desafíos, siempre están dispuestas a tender una mano amiga. Bogotá, con todos sus contrastes, me enseñó que en el caos también hay belleza y que las ciudades son tan vivas como las personas que las habitan.
Barichara: la ciudad más linda de Colombia
Santander, en particular Barichara, dejó una marca indeleble en mi corazón. Con razón es conocida como la ciudad más linda y un patrimonio cultural del país. Barichara es magia pura: caminar por sus calles empedradas, rodeadas de casas coloniales, fue como viajar en el tiempo. Me encontré reflexionando sobre mi vida y sintiendo una gratitud profunda que no había experimentado en décadas.
La región no solo me ofreció tranquilidad, sino también aventura. Desde los miradores con vistas al majestuoso Cañón del Chicamocha hasta mi recorrido en motocicleta por el cañón, comenzando desde lo alto y descendiendo hasta el fondo, cada experiencia fue memorable. Sentir el viento en el rostro mientras me sumergía en la inmensidad de este paisaje único fue algo que nunca olvidaré. Sin embargo, nada se compara con el rappel en las Cascadas de Juan Curí, una caída de agua de 70 metros donde sentí la fuerza y la belleza de la naturaleza en todo su esplendor. Además, caminar por el sendero del Camino Real, que conecta Barichara con el pueblo de Guane, me permitió sumergirme en la historia de la región. Aunque me quedó pendiente visitar el Bosque de Pandora, tengo la certeza de que volveré a esta tierra mágica para seguir explorándola.
La riqueza humana y natural de Colombia
Desde mi regreso, sigo reflexionando sobre lo que realmente define a Colombia: su gente. Cada persona que conocí me enseñó algo: desde el vendedor de frutas en Bogotá hasta el limpiazapatos en la Plaza de San Gil, quien me iluminó con una sabiduría pueblerina inigualable: “Zapato limpio abre puertas”. Este simple consejo, cargado de ingenio y significado, encapsula la esencia de un pueblo que encuentra sabiduría en los detalles más cotidianos.
Conclusión: un viaje transformador
Hoy, tres meses después de haber regresado, me doy cuenta de cuánto ha cambiado mi perspectiva. Colombia no solo me ofreció un año de experiencias inolvidables, sino también un cambio profundo en cómo veo la vida. Aprendí a valorar las pequeñas cosas, a reconocer la fuerza de un pueblo que sigue adelante a pesar de los retos y a llevar conmigo una gratitud que perdurará.
Gracias, Colombia, por mostrarme tu grandeza, por tus paisajes, tu cultura y, sobre todo, por tu gente. Este año será siempre una de las etapas más significativas de mi vida. Confío en que pronto regresaré para seguir explorando este país y contribuir, de alguna manera, al progreso y bienestar de su gente.
* Ph. D., consultor internacional en recursos humanos y desarrollo organizacional, asesor de pequeños negocios y profesor de MBA.