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A todos nos ha pasado: nos dejamos seducir por los trends y, de una u otra forma, queremos ser parte de ellos. Pero… ¿a qué costo? Algunas tendencias parecen inofensivas, incluso divertidas, pero justamente por eso pueden ser peligrosas. En los últimos meses, ciertos mensajes sobre liderazgo se han vuelto virales y están moldeando prácticas laborales que poco tienen que ver con la responsabilidad, la ética o el propósito.
Es en ese punto cuando el liderazgo se vuelve un trend y pierde sentido. Porque, seamos sinceros: ¿qué puede aportar realmente a una organización una frase como “escucho, pero no despido”?
Cada día circulan mensajes o tendencias sobre cómo debe actuar un “líder moderno”: “escucho, pero no despido”, como si la gestión de personas no implicara decisiones difíciles; “soy líder cool, no jefe”, como si poner límites fuera un acto de autoritarismo; “mi equipo me debe lealtad emocional”, como si la confianza se pudiera exigir en vez de construir. Esta proliferación de ideas empaquetadas para consumo rápido está generando una distorsión peligrosa: la autenticidad se nos está escapando entre likes.
No se trata de cuestionar la visibilidad. La presencia pública, el networking y la marca personal son hoy herramientas esenciales de crecimiento profesional. El problema surge cuando, en esa carrera por participar de lo viral, caemos en el riesgo de liderar para el algoritmo. Y ahí conviene recordar algo básico: cercanía no es viralidad. Una cosa es comunicar bien; otra, adoptar comportamientos que comprometen la integridad solo porque están de moda.
A quienes están empezando su camino como líderes —y también a quienes llevan años en este rol— vale advertirles con claridad: no sacrifiquen propósito por popularidad. Porque el precio de seguir cada tendencia no es menor; se paga con credibilidad. Muchos terminan adaptando su estilo de liderazgo para encajar en narrativas momentáneas, y dejar de ser uno mismo para encajar se vuelve la crisis silenciosa de una generación.
Este fenómeno plantea una pregunta inevitable: ¿conectar o performar? El dilema del liderazgo moderno. Podemos conectar —y debemos hacerlo—, pero sin perder criterio. Podemos mostrarnos, participar, influir, pero entendiendo que la confianza no se construye con filtros y que lo que las redes no muestran del verdadero liderazgo es justamente lo que más importa: la capacidad de tomar decisiones difíciles, de actuar con coherencia y de sostener conversaciones honestas.
Conviene no olvidar que lo que se vuelve popular no siempre es lo que construye país, y que muchas veces aquello que suena inspirador o divertido se queda solamente en apariencia. La influencia real no necesita exageración ni tendencias: necesita integridad. Por eso es tan urgente resistir la tentación de lo viral y las distorsiones que puede traer consigo.
Si queremos transformar nuestra cultura laboral —y, de paso, nuestro país—, necesitamos jóvenes con propósito, con pensamiento crítico, con la valentía de no dejarse arrastrar por la moda del momento. Jóvenes que usen su voz para elevar la conversación, no para diluirla.
En otras palabras, lo urgente no es seguir modas, sino construir futuro. Si algo debe hacerse viral, que sea el compromiso de transformar nuestro país.