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Niñas y niños de Santa Marta y el Magdalena, jóvenes, escritores, pintores, músicos, poetas, artistas, cineastas, deportistas, defensores de la naturaleza y del medio ambiente: tengan cuidado, porque hay quienes están listos para arrebatarles su destino y darles a cambio miseria. Así lo han hecho desde que tengo memoria.
Samarios, no se equivoquen: este 29 de julio no hubo nada que celebrar. En vez de fiestas ensordecedoras y clasistas, a las que nos han acostumbrado, propuse, más bien, que hiciéramos una vigilia de silencio, porque debería darnos vergüenza. ¿Qué vamos a celebrar en una ciudad que no tiene agua, que no tiene alcantarillado, que no tiene luz, que no tiene servicios públicos, que no tiene calles, que no tiene educación, que no tiene cultura? Y así seguimos entregando nuestro destino a esos hombrecillos que tienen aserrín en la cabeza, y a sus hijos y sobrinos, que tienen aserrán. Niños de Santa Marta piden queso y piden pan, y los políticos no les dan. ¿Qué les dan? Miseria y muerte, desesperanza. Caminos oscuros. No-futuro.
Nefastos concejales de Santa Marta, fantasmagóricos diputados del Magdalena, alcaldes ruines y egoístas, gobernadores indolentes ante el sufrimiento inhumano de su pueblo: ustedes poco o nada le han aportado al progreso de nuestra ciudad y nuestro departamento. ¿De qué han servido en los últimos 50 años? ¿A quién le han servido? ¿A qué intereses? Santa Marta, siempre en los primeros lugares de desigualdad y violencia, y en los últimos de educación. Es culpa de ustedes. Aprovechadores públicos. Han pisoteado y masacrado a sus paisanos, y por lo tanto han maldecido su propia descendencia.
Los samarios hoy desfilan —para su deleite morboso y hueco— en aguas de alcantarilla. En algunos barrios, esta llega hasta la cintura. Esa agua va a parar al mar, a nuestra bahía. Qué desastre. ¿Cómo les da para dormir sabiendo eso?
Ni siquiera la gente que cree estar bien, está bien. No hay agua, y donde la hay, los samarios abren las plumas de sus casas y de ellas brota agua manantial de mierda. ¡Qué belleza! A las cosas hay que llamarlas por su nombre. ¿Por qué carajo no tenemos en Santa Marta declarada una emergencia ambiental y sanitaria? ¿Qué están esperando? ¿Más tragedias asociadas a su desidia? ¿Que sea Santa Marta la matriz de una nueva pandemia?
La actitud de los samarios es preocupante. Hemos caído en un letargo sin final. La ciudad no se pertenece. Es una locura indomable de extorsión, atracos, tráfico demencial, desempleo —por decir lo menos. Es como si nada pasara. Estamos pasmados, en un trance somnífero. Lobotomía colectiva. Nuestra deshumanización es tal, que no reconocemos nuestra identidad sino en una cultura mezquina y arribista.
Los samarios hemos caído en una pobreza de espíritu tal, que nos dejamos quitar nuestra bahía, nuestro camellón, para ubicar ahí una malparida marina privada y, encima, un taller de yates. Nos atracaron la vista al Morro. Nos la atracaron con yates piratas cuyos dueños arrasan con todo. ¿Y qué dejan? Nada. ¿Y qué es la nada? Cero, ausencia, olvido, anomia, abulia, abismo. Qué bahía más linda de América. Eso se acabó. Qué tristeza.
Yo, de verdad, no entiendo. ¿Qué es lo que tanto quieren a Santa Marta? ¿Quién se queja? ¿Dónde están los samarios que defienden a su ciudad? No existen. No dejemos que, a punta de espejitos, nos sigan sumiendo en las aguas putrefactas de la decadencia absoluta.
Como dijo alguna vez un poeta samario: “Santa Marta hoy es un moridero, y yo quiero que sea un nacedero”.