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Durante la primera semana del mes de abril tuvo lugar el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI). La selección oficial del festival estuvo integrada por un total de 1591 trabajos cinematográficos, incluyendo el largometraje documental Tardes de soledad (2024), dirigido por el español Albert Serra, cuyo tema es la tauromaquia, centrándose específicamente en la figura del torero peruano Andrés Roca Rey, y el cual había ganado la Concha de Oro en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Cinematográficamente el documental es bello, es una película única, eso es innegable. Pero también es innegable que las corridas de toros son un espectáculo gore de tortura y muerte.
Albert Serra, el director, ha dejado saber que es un amante de la tauromaquia, y así lo reiteró la productora de la película durante la sesión de preguntas y respuestas posterior a una de las proyecciones de la película en el marco del FICCI. Así, el documental, con el lenguaje visual y las piezas musicales utilizadas, presenta al torero como un intrépido héroe trágico y a las corridas de toros como una épica heroica, profundamente artística y casi erótica. Y no lo son. Son una brutal tortura de espectáculo que culmina con la salvaje muerte de un animal que ni siquiera es carnívoro.
El PACMA, el partido político animalista de España, ha solicitado su retirada de distintos festivales, mientras que los lobbies protauromaquia la han alabado por su alto valor estético y documental. Atacarla o defenderla parece depender de la orilla moral en la que se decide estar. Pero el mundo requiere visiones críticas que conlleven a las sociedades del hoy y del mañana a ser mejores que las del ayer.
Leni Riefenstahl, por ejemplo, fundó una estética visual en sí misma: la estética cinematográfica del deporte. Nadie puede negar la belleza superlativa y lo significativo históricamente que es su documental Olympia (1938), el cual documenta los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, pero Riefenstahl era una nazi: era la cineasta personal y favorita de el Führer; por eso, su cine, al mismo tiempo que reconocido y estéticamente admirado, debe ser recusado y políticamente condenado, porque en esencia materializaba artísticamente las ideologías de muerte que constituyen el nazismo, tal como lo son las que hoy siguen defendiendo el anacrónico espectáculo de la tauromaquia, elevado y estilizado por el documental de Serra.
No existe el arte por el arte; este concepto resulta falaz, y a las falacias hay que desmontarlas. El arte, y en particular el cine, es un sustrato emocional-ideológico. Y, por el bien y por la verdad, las ideologías que desprecian la vida deben ser combatidas en todos los frentes, incluido el artístico, cinematográfico.
Durante la proyección, mucha gente decidió abandonar la sala de cine ante la brutalidad y la crudeza de las imágenes, incluso, una joven mujer necesitó ayuda para poder salir caminando y otra sufrió un desmayo. Por mi parte, al término del documental, me quedé con una sensación: la repulsión aún más marcada hacia este espectáculo de despiadada violencia animal. Y con una duda: ¿si, eventualmente, quien muriese en la corrida hubiese sido el torero y no el toro, el documental también hubiese sido editado y estrenado y alabado y premiado? ¿El culto a la muerte aquí presentado se limita a la muerte animal, o es absoluto y se extiende incluso a la muerte de seres humanos?