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La crisis de la universidad y la inteligencia artificial

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Carlos Díaz
29 de diciembre de 2025 - 05:00 a. m.
"El prestigio y la integridad de nuestras universidades están en juego": Carlos Díaz.
"El prestigio y la integridad de nuestras universidades están en juego": Carlos Díaz.
Foto: Andrés Torres
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Hasta hace pocas semanas ejercí como docente ocasional en una universidad pública colombiana. Mi desvinculación fue motivada por un acto de “indisciplina”: mi negativa a ceder ante presiones indebidas para calificar con 5 (la nota máxima) un proyecto doctoral elaborado con Inteligencia Artificial (IA). Según el cuerpo directivo del programa académico, se trataba de un trabajo “perfecto”, como todos los dirigidos por el director del programa, y mi decisión ponía en entredicho la idoneidad de sus procesos académicos. Lo cierto es que, para ellos, la inclusión de referencias bibliográficas inventadas por la IA es un asunto menor frente a la adhesión a la autoridad.

A propósito de esta situación, quisiera formular algunas reflexiones. La IA avanza sin control en la vida académica, y la responsabilidad por los daños que genera recae en los propios académicos, no en los estudiantes, ni siquiera en los más rezagados. Nosotros tenemos el deber inaplazable de definir los usos adecuados de la IA en la universidad. Esta herramienta, diseñada para ser un asistente potente que optimice tareas y reduzca tiempos de trabajo, se ha convertido en un peligroso sustituto de la lectura, el pensamiento y la escritura. La IA ha facilitado y multiplicado las prácticas indebidas a un bajo costo: desde la compra de trabajos finales hasta el plagio.

Los estudiantes están asistiendo a la universidad para evadir el trabajo que les corresponde. Con la complicidad, tácita o explícita, de profesores y directivos, creen que basta con matricularse y asistir a clases —si acaso lo hacen— para obtener el diploma. Lo demás lo hace la IA: investigar, pensar y escribir. De esta forma, las universidades se han transformado en clubes donde los alumnos son tratados como socios o clientes que obtienen numerosos beneficios tras pagar una membresía. Han dejado de ser lugares de producción de conocimiento para convertirse en fábricas de títulos.

Como académicos, no podemos ignorar este problema. Al hacerlo, estamos formando profesionales y doctores que no serán expertos en su campo, sino seres dependientes de un dispositivo electrónico y una conexión a internet: meros ilustrados de fachada. Además, serán especialistas de ocasión, pues su “saber” se limitará a la capacidad de escribir un prompt.

Es imperativo detenerse y reflexionar sobre los beneficios y perjuicios de la IA en la formación académica y, lo que es más importante, sobre nuestro rol como docentes y el papel de las directivas en el mundo universitario. Como herramienta, la única función de la IA es potenciar las habilidades de su usuario: si estas son sólidas, se volverán excelentes; si son deficientes, se exacerbarán. Esta es la diferencia entre mejorar el tratamiento de datos de una investigación y, por el contrario, inventar estadísticas a propósito, al mejor estilo de los regímenes totalitarios.

Como profesores, debemos construir y aplicar los criterios de uso de la IA, porque es una tecnología que funciona en el marco institucional que nosotros decidamos establecer. Sin reglas de juego claras, la interacción educativa se entorpece. Finalmente, las directivas deben proteger la libertad de cátedra y la autonomía docente, pues es la única manera de garantizar aprendizajes significativos en los estudiantes. Los docentes no somos asesores comerciales que deban ser ciegos a ciertas prácticas para asegurar las ventas. El prestigio y la integridad de nuestras universidades están en juego.

Por Carlos Díaz

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