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La doble hélice y la condición humana: adiós a James Watson

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Rodrigo Antonio Urrego Álvarez
17 de noviembre de 2025 - 05:00 a. m.
"James D. Watson y sus colegas abrieron la puerta a toda la genética moderna": Rodrigo Antonio Urrego Álvarez.
"James D. Watson y sus colegas abrieron la puerta a toda la genética moderna": Rodrigo Antonio Urrego Álvarez.
Foto: EFE - TIAGO PETINGA
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Murió James D. Watson a los 97 años, el joven de 24 que, junto a Francis Crick, Maurice Wilkins y Rosalind Franklin, ayudó a dilucidar en 1953 la doble hélice del ADN, lo cual cambió para siempre la forma en que nos vemos y nos pensamos como especie. Su muerte cierra un capítulo de la biología moderna y nos obliga, otra vez, a mirar ese dibujo de espiral como quien contempla un espejo: ahí caben la herencia y la posibilidad, la memoria de los ancestros y la ingeniería del porvenir.

La doble hélice fue un acontecimiento intelectual del siglo XX al nivel de la relatividad o la mecánica cuántica. Pero, a diferencia de esas teorías que reordenaron el cosmos y lo muy pequeño, el ADN atravesó la vida cotidiana: medicina, agricultura, medicina forense, genealogía, tribunales y hasta nuestras conversaciones familiares. Al revelar cómo se guarda y se copia la información biológica, Watson y sus colegas abrieron la puerta a toda la genética moderna y, con ello, a la biotecnología que sostiene industrias enteras y define en gran medida la competitividad de los países desarrollados. En los países que se apoyan en la ciencia (no que “apoyan la ciencia”), el descubrimiento de la doble hélice del ADN fue un importantísimo capital productivo y cultural.

Las técnicas que hoy deslumbran, del diagnóstico genético preimplantatorio a la edición de genes con CRISPR, son nietas de aquella doble hélice. La promesa es enorme: reducir sufrimiento, curar enfermedades, evitar muertes prevenibles, lo cual hace que la obligación ética sea mayor; a toda costa como investigadores y como sociedad debemos de evitar deslizarnos por la pendiente de la eugenesia banal. Esa tensión, entre curación y perfeccionismo, es una delgada y peligrosa línea que nos exige estar muy alertas en ese tránsito entre hacer “un poco mejores” nuestros genomas sin riesgo de hacernos peores como sociedad; es menester que el progreso que se avizora venga con reglas claras, deliberación pública y justicia distributiva.

Un homenaje honesto a Watson exige, también, mirar su legado completo. Fue un impulsor formidable de instituciones como el Cold Spring Harbor y el Proyecto Genoma Humano. Sin embargo, también fue una figura atravesada por controversias públicas que lo aislaron en los últimos años. La historia no se corrige con silencios: se cuenta entera, reconociendo que una contribución científica monumental puede coexistir con opiniones condenables. Ese aprendizaje, social y académico, también nos lo deja su vida.

Pero quedémonos hoy con el núcleo que nos convoca: el descubrimiento que volvió visible la gramática de la vida. En Colombia y América Latina, comprender esa gramática no debe ser un lujo intelectual: es una condición de desarrollo. Convertir el conocimiento en bienestar y productividad, y hacerlo a largo plazo, es la diferencia entre naciones que crean y naciones que solo consumen tecnología ajena. La doble hélice nos enseñó que el tiempo biológico se escribe con paciencia; el progreso, también.

Ante la muerte de Watson, lo esencial es que él junto a otros reputados científicos nos han permitido descubrir cómo se escribe la vida, pero ahora es momento de entrar a decidir cómo queremos leerla. ¿Para qué toda esa parafernalia de herramientas genéticas y moleculares? Si la respuesta es para aliviar el dolor y ampliar libertades, honramos a quienes nos dieron la llave del alfabeto. Si es para concentrar ventajas y segregar destinos, habremos traicionado los hallazgos y las técnicas moleculares. La doble hélice cambió el siglo XX al darle a la humanidad un lenguaje común; el XXI nos exige escribir con él una narrativa decente. En esa tarea —más que en las estatuas— vive el mejor homenaje a James D. Watson.

* Profesor Universidad CES.

Por Rodrigo Antonio Urrego Álvarez

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Alvaro(ll73e)18 de noviembre de 2025 - 01:11 p. m.
Por lo demás, es una buena reflexión la que hace el lector.
Alvaro(ll73e)18 de noviembre de 2025 - 01:09 p. m.
¿En dónde está el editor, que deja pasar errores tan elementales como el de "debemos de evitar deslizarnos"? Lamentablemente son frecuentes en el periódico, que debía cuidar más el manejo del lenguaje por parte de sus colaboradores y lectores.
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