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Sigue la cuenta regresiva para que, como todos los años, miles de personas alrededor del mundo sigan la Met Gala a través de la televisión o de las redes sociales. Ya sea movidos por la pasión por la moda o por ver a Bad Bunny, Gigi Hadid o Blake Lively posando con trajes extravagantes frente a las cámaras. ¿Quién querría perdérselo? Aunque, si dejamos de lado la obsesión por la farándula, podríamos notar aspectos problemáticos en este espectáculo.
El año pasado, por ejemplo, mientras la gala del Met se encontraba “reviviendo bellas durmientes del mundo de la moda”, la ONU informaba que más de un millón de personas se veían obligadas a evacuar el sur de Gaza a causa de los bombardeos por parte de Israel. Sí, las celebridades, al lucir estos costosos trajes de diseñador, estaban contribuyendo a la recaudación de fondos para el Costume Institute, pero ¿y los fondos para auxiliar a los niños desplazados y posiblemente separados de sus familias? ¿Cuánto más tardaremos en comprender que la Met Gala es un evento exageradamente excéntrico y poco empático, que desvía la atención hacia lo superficial?
Si bien la Met Gala nos envuelve en una burbuja reconfortante al recorrer los pasillos del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, también nos sumerge en una burbuja mediática donde terminamos haciendo más virales las fotos del outfit de Zendaya que la noticia de que millones de personas necesitan ayuda humanitaria.
Y, aunque resolver problemáticas sociales no es responsabilidad exclusiva de las celebridades, lo cierto es que esas mismas problemáticas, lo quieran o no, ocurren en la misma realidad en la que estas estrellas del espectáculo —con la suficiente influencia para amplificar mensajes de concienciación y motivar acciones o campañas benéficas— desfilan disfrazadas de jardines gigantes.
Esta tendencia de pasar por alto la escasez de unos pocos mientras se celebra la opulencia de muchos recuerda al escenario distópico favorito del público literario y cinematográfico: Los juegos del hambre, una saga en cuya última entrega, Amanecer en la cosecha, se describe cómo una minoría adinerada, que bebe y cena en exceso mientras la población de los distritos —zonas vulnerables y rezagadas— se muere de hambre, se viste con “colores chillones, cortes poco favorecedores [...] Ni se me pasa por la cabeza por qué querría nadie parecerse a un animal de granja” (Collins, 2025, p. 155).
¿Nos recuerda esto a una alfombra roja en particular?
Si bien es cierto que esta cita relata una situación de un futuro catastrófico de ciencia ficción, no hay que olvidar que su autora, Suzanne Collins, siempre ha recalcado que solo escribe cuando tiene algo que decir respecto a lo que pasa en el mundo que la rodea. Un mundo en el que las celebridades se vuelven más famosas por desfilar en la Met Gala que por sus intenciones de usar su influencia para generar un cambio social positivo. Ese futuro no es el nuestro… al menos, no todavía.
En los últimos días, se ha estado hablando de que se realizará una adaptación sobre este último libro. ¿Estamos realmente seguros de que no se estrenará hoy lunes 5 de mayo? Al fin y al cabo, ese día, todos en la Met Gala encajarán perfectamente en esta descripción: “Un hombre vestido con un traje hecho de billetes de cien dólares le dice: ‘Qué mono. Te has traído a todos tus amigos’” (Collins, 2025, p. 175).