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Ser profesor de filosofía, ciencias sociales, geografía u otra disciplina equivale a ser un interlocutor entre la sociedad y los fenómenos que de allí subyacen. Uno de estos equivale al desempleo, la falta de oportunidades sin importar la edad o condición social. En este orden de ideas, como dijera un colega, los profesores somos testigos de este flagelo cuando se aproxima el cese de actividades, a lo que comúnmente se le llama “receso escolar” o vacaciones. Entramos en un estado de letargo existencial, confusión, desánimo, en fin… un sinnúmero de factores que suman, especialmente cuando las deudas, los créditos hipotecarios, no dan tregua ni tiempo.
Lo anterior se debe a la informalidad de la profesión, con contratos que van desde los tres hasta los cuatro meses, con ceses de meses desiertos. ¡Llegó la hora de reinventarse! Mientras unos celebran (los estudiantes), otros se entristecen en las vacaciones de un profesor. Le manifestaba a un colega: “Tanta preparación, títulos, congresos, cursos, pregrados, posgrados, en fin… para terminar siendo presa de un sistema capitalista que no discrimina cuando le conviene”.
“Oiga, profe, ¿y usted qué va a hacer en vacaciones? ¡Me imagino que sale de vacaciones con esos sueldos que ganan! ¿Usted trabaja en otros colegios o universidades?”. Son preguntas y expresiones que generan en nuestros estudiantes expectativas que, en la realidad, están muy lejos de ese falso imaginario, cuando somos nosotros los que llevamos del bulto con esos contratos a término fijo. Ahora que tengo la oportunidad de ejercer, me doy cuenta de que esas preguntas cobran valor cuando los profesores somos prudentes para sostener, frente a los demás, esa falsa expectativa, porque, como dirían por ahí, “con quejarme no saco nada”, mientras los intereses de los créditos se multiplican… en fin, una hecatombe sin salida.
¿Pero a qué se llama informalidad en la educación? A esas figuras de contratos cortos, mientras aguardamos la oportunidad de participar en una convocatoria para llegar a la cima de la estabilidad laboral.
A usted que me lee, ¿hemos pensado alguna vez en nuestros maestros? Esos hombres y mujeres que deambulan en el silencio de las palabras, buscando una oportunidad laboral. Bueno, vamos a la respuesta que di a esos estudiantes en medio del “receso” de clases, en el descanso: “Pues, ¿qué le digo, mijito? De vacaciones estaré en la ciudad señora; cuando regrese, iré a la iglesia del 20 de julio”, sin ellos saber que el objetivo de estas visitas es pagar una promesa de tantas.
Finalmente, para evitar entrar en ese estado de “letargo existencial”, es fundamental no solo pensar en un cambio, sino ir más allá, para lograr algún día poder dignificar el quehacer del docente, que hoy por hoy está en entredicho, cuando goza de más dignidad la profesión de un burgomaestre o un creador de contenido que, sin tanta preparación, supera el umbral de lo que deberíamos ganar o, en el mejor de los casos, superar la barrera de la estadía en una institución. Y romper de una vez por todas con el fantasma del miedo, cuando tenemos que multiplicar la liquidación para poder solventar las necesidades básicas, saldando los pendientes de los créditos y lo del transporte, para poder cumplir el sueño de pagar la promesa en los santuarios.
* Magister en Educación, Pontificia Universidad Javeriana.