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Latinoamérica en la línea de eco: cuando la guerra no es nuestra, pero nos toca

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Laura Daniela Bohórquez Amaya
07 de julio de 2025 - 05:00 a. m.
"Aunque la guerra parezca lejana, cada vez que sube el precio de la comida, que alguien justifica la violencia o que se siembra miedo desde una pantalla, la guerra nos roza": Laura Daniela Bohórquez Amaya.
"Aunque la guerra parezca lejana, cada vez que sube el precio de la comida, que alguien justifica la violencia o que se siembra miedo desde una pantalla, la guerra nos roza": Laura Daniela Bohórquez Amaya.
Foto: EFE - ABIR SULTAN
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En Gaza, las bombas siguen cayendo. En Irán, los misiles han rozado el corazón de su sistema nuclear. En Israel, las alarmas no dejan de sonar. Y en Estados Unidos, los discursos de guerra se gritan más fuerte que los llamados a la paz. A miles de kilómetros de distancia, desde este rincón sur del continente, podríamos pensar que ese conflicto nos queda lejos. Que no nos pertenece. Que no es nuestro. Pero sería un error. Porque, aunque no veamos columnas de humo desde nuestras ventanas, la guerra en Medio Oriente sí nos está impactando. La sentimos en el precio de la vida, en la tensión diplomática, en la inseguridad regional, en la desinformación que circula a toda velocidad y, sobre todo, en la forma en que decidimos mirar —o ignorar— el dolor ajeno.

La reciente ofensiva de Estados Unidos contra instalaciones nucleares iraníes —una operación de alto nivel llamada Midnight Hammer— reactivó un conflicto que venía creciendo desde octubre de 2023, cuando Hamás atacó a Israel y este respondió con una ofensiva brutal en Gaza. En ese cruce de fuego, Irán ha jugado un papel clave al apoyar a grupos como Hezbolá, y Estados Unidos ha reforzado su respaldo a Israel. El resultado: una guerra que podría escalar a niveles impredecibles y que ya genera consecuencias tangibles en nuestro continente.

En lo económico, lo estamos empezando a sentir. El Banco Mundial advirtió que, si el conflicto continúa, el precio del petróleo podría superar los 100 dólares por barril. En México, por ejemplo, el crudo ya bordea los 70 USD, lo que encarece el transporte, los alimentos y la energía. En países como Colombia o Brasil, donde la inflación ronda el 9 %, el impacto puede ser aún más severo. Portafolio y El País ya lo advierten: si el estrecho de Ormuz se cierra —como ha propuesto el Parlamento iraní—, el comercio global de energía podría colapsar.

Pero no es solo el bolsillo lo que está en juego. La seguridad también. En la Triple Frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay, se ha documentado la presencia operativa de Hezbolá desde hace años. En 2023, Brasil arrestó a sospechosos vinculados a células terroristas activas. Y este año, la ministra argentina Patricia Bullrich entregó a Chile un informe donde advierte sobre la expansión de estas redes en América del Sur. No es casualidad que el Congreso de Estados Unidos esté tramitando una ley llamada No Hezbollah in Our Hemisphere Act. La amenaza está sobre la mesa.

Además, en el mundo digital, la guerra ya se está librando. El Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU. alertó sobre posibles ciberataques de hackers pro-Irán contra gobiernos y medios de comunicación latinoamericanos. El objetivo es desinformar, sembrar caos y atacar infraestructura crítica. ¿Estamos preparados?

Porque a todo esto se le suma un nuevo tipo de violencia: la ideológica. En nuestras calles y redes sociales se enfrentan narrativas pro-Israel y pro-Palestina, muchas veces sin matices y con un peligroso aroma de odio. ¿Cómo defender la vida si solamente aprendemos a odiar a quien piensa distinto?

Desde aquí, lo primero que podemos hacer es no ser indiferentes. Exigir a nuestros gobiernos una diplomacia lo más ética posible, constructiva: ni alinearse ciegamente con las potencias ni lavarse las manos. América Latina tiene tradición de ser mediadora, y puede volver a serlo. Lo segundo: informarnos bien. Combatir la desinformación es también una forma de hacer paz. Y lo tercero: practicar la empatía. No dejarnos arrastrar por discursos extremos, sino levantar la voz por los civiles de Gaza, por los niños israelíes en refugios, por las mujeres iraníes silenciadas, por los periodistas muertos en la línea de fuego.

Porque, aunque la guerra parezca lejana, cada vez que sube el precio de la comida, que alguien justifica la violencia o que se siembra miedo desde una pantalla, la guerra nos roza. Y el silencio también nos duele. No necesitamos un misil para saber que el mundo está ardiendo. Pero sí necesitamos voluntad para no convertirnos en ceniza.

Por Laura Daniela Bohórquez Amaya

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Diego(idirw)10 de agosto de 2025 - 10:27 p. m.
Gran artículo
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