
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La literatura colombiana siempre ha incomodado al poder y nunca deja de ser actual. En sus páginas, los problemas sociales, políticos y culturales del país se revelan como hilos que cruzan los siglos, con formas que apenas cambian. Hace 125 años, Clímaco Soto Borda escribió Diana cazadora, una novela con la que condenó la descomposición de una sociedad atrapada en la desidia y el caos. Su narrador, desde la primera página, rechaza —como lo hacemos hoy muchos ciudadanos— la indolencia del Congreso, ya sea al marginar a los liberales mediante fraudes electorales antes de la guerra de los Mil Días o en las maniobras para hundir la consulta popular del 14 de mayo de 2025:
“Bajo la tupida tela de araña que forman los hilos telefónicos, como perdido en un bosque, en medio del parque de Bolívar, el Libertador, estático, meditabundo, viviendo su vida de bronce, entregado a recuerdos gloriosos, arruga la frente y abre los ojos en lo oscuro. Trata acaso de descubrir a Mosquera tras de las columnas desnudas del Capitolio, para invitarlo a que descienda de sus irrisorios pedestales, a que vayan luego a hacer bajar a Santander, y a que los tres libertadores, empuñando sus espadas vengadoras, arrojen a los mercaderes del templo de la república”.
Si Soto Borda viera el Congreso de hoy, reconocería en las maniobras del miércoles 14 de mayo a los mismos “mercaderes” que denunció: figuras que, más que representar a la ciudadanía, operan en función de intereses privados, estrechos y partidistas.
Luego de un cambio abrupto en el orden del día —impulsado por Efraín Cepeda, presidente del Senado—, la consulta popular, que habría permitido al pueblo pronunciarse sobre la reforma laboral, fue hundida en medio de gritos, confusión y un procedimiento que muchos consideramos irregular, al ignorar normas de debate y rechazar el reconteo de votos. La sesión se cerró de forma repentina, impidiendo intervenciones y pasando por encima del debate público. Así se cerró también, simbólicamente, una puerta para que los colombianos decidiéramos sobre un tema que nos concierne directamente: nuestros derechos laborales. Modernizar las condiciones de trabajo en un país donde la informalidad supera el 50 % y donde millones de personas carecen de estabilidad o garantías básicas es urgente. El hundimiento de la consulta popular es un golpe directo a quienes sostienen la economía del país desde la precariedad.
Los 49 senadores que le dieron la espalda a los colombianos parecen decididos a que la historia no cambie, a que las mayorías sigan excluidas del poder de decidir. Pero sin quererlo están sembrando una semilla. Su acción puede ser el impulso que una ciudadanía harta de la desigualdad, la violencia y el abuso necesitaba para exigir que la democracia deje de ser una promesa vacía repetida desde arriba y se convierta en una práctica viva desde abajo.
Como en la novela de Soto Borda, la sensación de hartazgo se mezcla hoy con un deseo aún vivo: que la ciudadanía se levante y reclame lo que siempre le han negado, que deje de confiar en quienes prometen representar y terminan usurpando. Mientras el presidente Petro invoca la espada de Bolívar como símbolo de transformación, yo prefiero hoy invocar las palabras del narrador de Diana cazadora. Pedir, como él, que bajen los libertadores —no de sus pedestales de bronce, sino de nuestra memoria— y nos recuerden que la república no se defiende desde la élite, sino desde la dignidad colectiva.