
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Soy mujer, tengo 36 años, soy madre y cuento con 10 años de experiencia en el mundo corporativo, donde llegué a ser gerente en una multinacional. Tengo un título universitario, nivel de inglés C2 y, en teoría, lo hice todo “bien”. Hasta que, hace un tiempo, renuncié a mi trabajo. Necesitaba un descanso y, afortunadamente, pude permitírmelo.
Sin embargo, cuando decidí reincorporarme al mercado laboral, enfrenté una realidad que no esperaba: rechazos constantes, comentarios extraños, incoherentes y desalentadores. Estas son algunas de las respuestas que recibí: “Tu expectativa salarial es muy alta para el mercado”; “No parecías entusiasmada en la entrevista”; “Me encantó la entrevista, tienes un muy buen nivel de inglés, pero poca experiencia”.
Hasta que finalmente me lo dijeron: “No te adaptas al perfil porque tienes hijos y un esposo; es difícil sostener este rol en tu situación”. Me alegré, porque necesitaba dejar de sentir que no era suficiente. Tener hijos y esposo no me hace mejor ni peor candidata, solo me hace menos “deseable”, y eso es algo que no puedo controlar. Es mi vida, y amo a mi familia.
Después de meses sin éxito, busqué ayuda profesional. Me lo confirmaron: “Tienes un gran perfil, pero eres mujer y madre. Eso puede dificultar aún más tu regreso. En promedio, a una persona le toma entre seis meses y un año encontrar empleo, pero en tu caso podría ser más”.
Cuando renuncié, sabía que volver al mercado laboral no sería fácil; sin embargo, nunca imaginé que ser mujer, ser madre y haber tomado un descanso profesional serían factores en mi contra. No debería tener que justificar mi decisión de tomar un descanso, pero seamos honestos: mi burnout no es ajeno al sexismo que he enfrentado a lo largo de mi carrera.
Esto no es solo una crisis laboral. Es sexismo, y en el mundo corporativo es tan fuerte como silencioso. Lo promueven mujeres, hombres, personas LGBTQ+, jóvenes, mayores, gerentes, reclutadores, empresas grandes y pequeñas. No distingue género, edad, raza ni creencias. Es tan sutil que, a veces, ni se siente, pero siempre está ahí: firme, determinante.
Escribo este texto, no para quejarme ni buscar lástima, sino para invitar a reflexionar sobre una realidad que a menudo se ignora o minimiza. El sexismo no siempre se presenta de manera obvia, pero su impacto es profundo y persistente.
Si crees que el sexismo no existe, pregúntate si lo has normalizado sin darte cuenta. Si piensas que ya hay suficientes políticas de inclusión, reflexiona sobre cuántas veces las llevas a la práctica. Si crees que esto me pasa solo a mí, detente y escucha a otras mujeres; sus historias tal vez se parezcan más a la mía de lo que imaginas. Si opinas que tengo la culpa por haber renunciado o por ser madre, cuestiona las expectativas y los prejuicios que construimos en torno a las mujeres.
El sexismo está tan arraigado en nuestra cultura laboral que es fácil no notarlo, pero aún más fácil perpetuarlo si no lo cuestionamos activamente. La única forma de cambiar esta realidad es reconociéndola. Si eres mujer, probablemente has sentido miedo de tener hijos por temor a ser excluida profesionalmente. Si eres hombre, quizá alguna vez pensaste: “Qué suerte que no soy mujer”. Aceptemos que el sexismo sigue vivo en 2024. No me lo estoy imaginando. Es responsabilidad de todas las personas enfrentarlo y disfrazarlo de progreso puede ser más dañino que visibilizarlo.
Admito que sentí miedo de compartir mi experiencia. Consideré hacerlo de forma anónima para proteger mi identidad y seguir siendo vista como una candidata “deseable”, pero la verdad es que ya no encajo en ese molde. Mi situación no puede empeorar y, como dice el dicho, “¿qué es una raya más para el tigre?”. Así que sumemos “antisexista” a la ecuación.
Llevo un año buscando empleo y tardaré el tiempo necesario, confiando en que este es solo un momento pasajero. Creo que soy suficiente y que el trabajo adecuado para mí llegará. Y si nunca llega, también estará bien, porque confío en mi creatividad. Lo importante de esta experiencia es no silenciar la conversación sobre el sexismo que enfrentamos y que tanto daño nos hace como sociedad.