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En la misma medida en que socialmente estamos divididos, en las escuelas estamos separados. Tan común es esta realidad para cada colombiano que no resulta en absoluto revelador afirmar que, en este país, los ricos estudian con los ricos y los pobres con los pobres. Incuestionable e indiscutible, la prueba de que esta es una realidad latente y de que así lo ha sido durante muchos años es nuestra propia vida educativa y los compañeros con los que la compartimos. ¿Acaso la mayoría de sus compañeros de escuela y usted mismo no pertenecían a una misma clase social? Que la mayoría de nosotros hayamos compartido la misma escuela con amigos del mismo estrato socioeconómico es el reflejo de un sistema desigual que segrega según los ingresos.
Transversal al sistema educativo, el segregacionismo escolar en nuestro país es preocupante en comparación con el de otras naciones. En América Latina, Colombia ocupa el cuarto lugar, después de Panamá, Perú y Honduras, entre los países con mayores índices de segregacionismo escolar en función de los niveles socioeconómicos. Según Javier Murillo, director de la Cátedra Unesco de Educación para la Justicia Social, si nuestro sistema educativo se encuentra entre los más segregados de América Latina, es probable que nuestra vida educativa transcurra dentro de uno de los sistemas educativos más segregados del mundo.
Pero, en últimas, ¿cuáles son las consecuencias de esta segregación? Al dividir y separar, la segregación escolar trae consigo un sinnúmero de efectos perversos para la vida de una persona y enormes consecuencias para el rumbo social de un país. Mientras que a las personas nacidas en hogares con altos ingresos se les garantiza una buena educación desde la infancia, aquellos que nacen en hogares con menores ingresos y que no pueden costear una educación de calidad reciben una formación limitada y deficiente. Un sinfín de variables juega en contra de estos últimos: altas tasas de ausentismo y deserción, mayores dificultades para acceder a la educación superior y para ingresar al mercado laboral, lo que hace casi imposible que las personas con menores ingresos en Colombia puedan ascender socioeconómicamente. A escala, afirman Leopoldo Fergusson y Sergio Andrés Flórez, “el acceso desigual a las oportunidades educativas en función de los ingresos de los hogares redunda, en últimas, una vez que las personas ingresan al mercado laboral, en la reproducción de la desigualdad económica”.
En gran medida, lo que somos depende de la cuna en la que nacemos y, en Colombia, el aprendizaje, la inserción laboral y la movilidad social parecen depender más de la suerte con la que se cuenta al nacer y del hogar en el que se crece que del esfuerzo y los méritos propios. Esto no es otra cosa que una tiranía, una “tiranía de la cuna”, como la han denominado algunos, en la que nuestros destinos educativos y luego laborales están determinados por los ingresos de la familia en la que nacemos y no por los esfuerzos que hagamos.
Por Andrés Restrepo Gil
