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Contra la igualdad

Columna del lector

04 de enero de 2015 - 09:47 p. m.

Stiglitz, Piketty y otros pensadores argumentan a favor de la igualdad económica. El primero utilizando la teoría económica; el segundo, con herramientas históricas.

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Podría ocurrir que ellos y sus pares estén equivocados. En primer lugar, porque confundirían la igualdad de resultados con la igualdad de oportunidades. En este sentido, las sociedades tiránicas han pretendido lo primero sin algún éxito probado, en tanto que las democráticas han trabajado y logrado éxitos en lo segundo.

La intervención del Estado moderno ha sido ajustada para promover la igualdad de oportunidades. El Estado tiene mucho que hacer para garantizar que las reglas de juego de la competencia funcionen. Puede contribuir a eliminar barreras a la entrada eliminando reglas que obstruyan la creación de empresas. Puede, como en Colombia, dedicar recursos del Sena para estimular el emprendimiento. Puede, regulando los aranceles, racionalizar las importaciones y elevar la competencia entre el producto interno y el externo. El Estado también puede, mediante impuestos progresivos, hacer que los mayores ingresos tributen para que las arcas públicas puedan edificar infraestructura vial, de salud o educacional.

La otra cara del problema de los teóricos podría ser también teórica: que estarían tratando de leer el mundo actual utilizando herramientas que vienen siendo revaluadas desde mediados del siglo XVIII. Tanto el descubrimiento del principio de entropía (o pérdida productiva de energía) como la vigencia probada del principio de incertidumbre (no se pueden predecir al tiempo la posición y la velocidad de un cuerpo en movimiento) son la base de la mecánica cuántica. Y así como la mecánica determinista de Newton fue útil para construir las teorías económicas y políticas tradicionales, teóricos como Stiglitz o Piketty se estarían tardando en modificar sus viejos paradigmas incorporando los nuevos preceptos cuánticos que invalidan de forma y fondo el idealismo igualitario por resultados.

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En la medida en que las ciencias sociales sigan, hoy como ayer, nutriéndose de la física y las matemáticas, podríamos entender por qué resulta incorrecto seguir sosteniendo el viejo paradigma de la igualdad como herramienta del funcionamiento social. Si está probado que una sola célula puede generar modificaciones radicales sobre la estructura de todas las otras en la molécula; si está probado que es imposible predecir con certeza algo a escalas micro o macroscópica; si está probado que gracias a la entropía e incertidumbre ya podemos viajar por el espacio instalando robots en los cometas, y si está probado que el ADN de cada individuo es completamente diferente del de cualquier otro, todo este conocimiento permitiría poner en duda lo que se ha pensado acerca, por ejemplo, de la igualdad de los individuos y de que la sociedad deba funcionar de la misma forma.

Conservar ha sido más fácil que transformar. Y a los teóricos de vieja data les resulta más cómodo continuar repitiendo sus viejos discursos antes que trabajar para cuestionarlos. Afortunadamente la multiforme realidad no depende de la teoría para ser como es. Todo lo contrario. Los teóricos están obligados a ver, observar y replicar la realidad en sus múltiples manifestaciones, para comprobar o falsear sus hipótesis. La teoría económica y la ciencia política podrían zafarse de su lastre igualitarista, trocando sus valores conservaduristas por los nuevos paradigmas que nos permiten entender mejor al mundo. No estamos diciendo que el mundo de los siglos pasados hubiera sido igualitarista y que ahora se haya “convertido” en un mundo impredecible y de individuos diferenciados. Parece que siempre lo fue. Sólo que no teníamos herramientas para entenderlo.

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Bernardo Congote *

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