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QUE LA IMAGEN FAVORABLE del presidente Juan Manuel Santos esté en 29%, según la última encuesta IPSOS Napoleón, no es raro. Es apenas obvio.
No sólo por eventos desafortunados que ocurren simultáneamente como la masacre de 11 soldados en el Cauca y el paro de maestros, sino también, y en gran medida, por la cantidad de contradicciones que existen en su Gobierno.
Lo que sí debería ser raro, aunque no es así, es que las contradicciones de su principal opositor tengan el efecto contrario. Es decir: entre más discordante, mejor su imagen.
Empecemos por el presidente. Santos se reeligió pregonando la paz cuando en su primer mandato le apostó a la seguridad democrática de Uribe. Esto al menos por un corto tiempo. En 2012 cuando abrió el proceso de paz con ese grupo guerrillero, mandó al carajo esas viejas enseñanzas. Traidor, contradictorio, como prefieran llamarlo.
Ahora bien, esta contradicción no es solamente de Santos. Recordemos que en el año 2003, según el columnista Daniel Coronell, hubo un acercamiento entre el gobierno de Uribe y Pablo Catatumbo por medio del entonces comisionado de paz Luis Carlos Restrepo. El motivo: llevar a cabo lo mismo que hoy hace Santos en La Habana. La diferencia: mayores concesiones para las Farc. Recordemos que la “mano dura” ofreció desmilitarizar 868 kilómetros cuadrados en el suroeste del país con el fin de iniciar los diálogos.
Pero esa contradicción del exmandatario no cuenta. O si cuenta, lo beneficia. Su ataque al proceso de paz, aunque es contradictorio e hipócrita, es la razón de su popularidad.
Sigamos con Santos. Afirmar que Colombia sería la más educada de Latinoamérica en 2025 era una contradicción, a todas luces, con tan sólo ver cuánto ganaban los educadores en Colombia. En consecuencia, hoy vemos cómo la ministra Gina Parody negocia con los maestros lo que el ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas no puede pagar.
Pero no son los únicos que se contradicen. Juan Carlos Pinzón, el ministro que no sabe para quién juega, insiste en seguir usando el glifosato para la erradicación de cultivos ilícitos, aun cuando su propio compañero de gabinete, el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, le pidió al Consejo Nacional de Estupefacientes cancelar su uso. Esto último, lo hizo basándose en un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que cataloga al glifosato como “posiblemente cancerígeno”.
Y eso no es todo. Benedetti, el gran escudero santista, le quiso meter gol a la candidatura de Vargas Lleras para el 2018. ¡Vaya “Unidad Nacional”! Pero llegó el salvador, aquel al que las contradicciones no lo pesan, al contrario, lo benefician, e, inesperadamente, salvó las aspiraciones electorales del vicepresidente en ejercicio. En una intervención tan contradictoria que raya en el cinismo, afirmó: “es un daño al país cambiar la Constitución con nombre propio”.
Y tiene toda la razón. Esa afirmación es lo más elocuente que ha podido decir el expresidente. Mis respetos. Qué admiración. Lo malo es que fue él mismo quien obvió, hace 11 años, lo que hoy pregona. ¿O es que acaso la reelección no tuvo nombre propio? Siguen las contradicciones.
Pero no importan: por lo menos no para Uribe. La situación de Santos es distinta. Sus contradicciones lo hunden. Lo malo es que son muchas. Lo feo es que no son sólo de él o de Uribe sino de todo un país. País que, entre otras cosas, dice tener la democracia más antigua de América Latina. ¡Vaya contradicción!
* Daniel Steven Támara Duarte
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