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El sentimiento de arraigo del cucuteño se queda en protestas por redes sociales, afirmaciones xenofóbicas, y el silencio de la izquierda que defendió a Venezuela como una réplica del Gobierno cubano.
Justo ahora que Cúcuta es noticia y que todos se alarman por la gente que está siendo deportada y ha tenido que caminar cargando sus cosas, muchos cucuteños que estamos lejos nos matamos de impotencia y nos preguntamos qué hacer para salvar la ciudad.
La añoranza de Cúcuta se queda en una patética foto en Facebook, acompañada de una frase de nostalgia por la ciudad que nos vió nacer y nos hizo querer huir de ella. Desde las concurridas masacres entre los años de 1999 y 2004 en el Catatumbo, y las conocidas limpiezas sociales en la urbe cucuteña, el paisaje siempre ha sido desolador. Comercio exorbitante, calles intransitables por comerciantes informales que invaden los andenes, prostitución, tráfico de drogas, un apocalipsis en el que los muertos de todos los días se leen con morbo y no con asombro y dolor.
Las universidades y sus tesis, que se jactan de entender el tema de frontera, son palabrerías: en la academia no entendemos la crisis fronteriza. Muchos cucuteños aún vemos las dificultades de otros desde una burbuja, a través de una pantalla y de las vagas opiniones de alguien. Nos duele la tierra, nos duelen los niños que arriesgan su vida atravesando el río Táchira, y no por lo caudaloso, sino por la contaminación, el monte y los supuestos delincuentes que se alojan ahí.
Ideologías socialistas que llevaron a Maduro al poder, justifican su política basada en la voz del pueblo. Maduro cae en el estereotipo del capitalista intolerante que ve a los pobres como delincuentes. Mientras tanto los cucuteños que, viviendo en Cúcuta, ignoramos la problemática de la ciudad y disque nos formamos para pensar en transformar nuestra realidad, vivimos con un sentimiento de huida y a la primera oportunidad salimos disparados, visualizando un futuro a kilómetros de la ciudad frontera.
Un comercio que decae, una ciudad en la que confluyen muchos seres, personalidades y sentimientos. Cúcuta es un árbol en llamas y lleva mucho tiempo quemándose, echando humaredas de sangre, abandono, corrupción y, sólo en estos días que su sintomatología colapsa, que la Guardia venezolana saquea casas y maltrata colombianos, el incendio propio se hace visible para todo el país.
La economía cucuteña se sostiene del contrabando, de actividades ilícitas y de esa cultura híbrida del cucuteño que no ve más allá, que se queda en los placeres del momento, en el instante: quejándose del sol ardiente, de la muchedumbre, y opinando como intelectual sobre lo que se debería hacer y que por indiferencia nadie hace.
Luisa Fernanda Gáfaro, una cucuteña. @poemaenprosa
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