Por Mauricio Alejandro Rios-Molina
La toma de las ruinas de la Gran Mezquita de Al Nuri es, simbólicamente, la derrota más grande que ha sufrido el Estado Islámico. Al-Baghdadi anunció al interior de ésta la creación del Califato y, también, se autoproclamó califa. Además, la captura de la mezquita por las tropas iraquíes anuncia la recta final del control que el grupo yihadista ha tenido de la ciudad durante los últimos tres años. No obstante, Irak cuenta con desafíos (a corto, mediano y largo plazo) que van más allá de la recuperación de Mosul.
Irak tiene un Gobierno bicéfalo, ilegítimo y sectario. Desde el 2003, fruto de la invasión, el gobierno de Irak es compartido por árabes chiíes y por kurdos (grupos reprimidos por Hussein), mientras que los suníes son excluidos de la toma de decisión. Asimismo, chiíes y kurdos cooptaron los beneficios de las riquezas de Irak (principalmente del petróleo), ignorando, sobremanera, la distribución de éstas entre otros grupos. La inclusión política, social y económica de todos los grupos de la sociedad es un primer desafío para el país árabe.
Otro desafío es la falta de unidad entre las élites del Gobierno. De hecho, chiíes y kurdos tienen una gran disputa sobre cómo debería ser la distribución y autonomía del territorio iraquí. Por su parte, los kurdos iraquíes no han abandonado el deseo de obtener un territorio propio para la creación de un Kurdistán. Sin embargo, la oposición de los chiíes es el mayor obstáculo para este proyecto.
La reconstrucción de las Fuerzas de Seguridad de Irak son otro gran desafío. A pesar de contar con maquinaria militar de alta tecnología (proporcionada por EE. UU.), las tropas iraquíes tienen un gran problema en términos de profesionalización y entrenamiento. Por ejemplo, en junio del 2014, el Ejército iraquí abandonó Mosul y permitió al EI hacerse con la ciudad y sus recursos (empero el Ejército superaba en un número de 20 a 1 a los yihadistas).
Sin duda, otro reto es la atención a desplazados y la reconstrucción de los territorios recapturados. Según cifras de la ONU, desde octubre, cuando inició la operación para recuperar Mosul, alrededor de 800.000 personas se han visto obligadas a huir de la ciudad. Por otra parte, en Tikrit, ciudad recapturada en 2015, los planes de reconstrucción de infraestructura son lentos. En ambos casos, Irak depende de ayuda externa para atender éstas situaciones.
La eliminación de la sucursal del EI en Irak no significa la desaparición de la ideología extremista. El Medio Oriente ha enseñado a los países embarcados en la “guerra contra el terror” que la utilización exclusiva de medios militares es insuficiente para eliminar ideas. Obama retiró sus tropas de Irak prometiendo que Al-Qaeda había sido exterminado, tiempo después Al-Baghdadi hizo saber al mundo de la versión “2.0” de Al-Qaeda.
Así pues, trabajar en una estrategia que trascienda las bombas y las balas, y que se ocupe de satisfacer, por ejemplo, las necesidades básicas de la población iraquí, es indispensable para contrarrestar las ideologías extremistas, las cuales han demostrado tener una gran capacidad de adaptación.
Irak es un país formado por despojos del desaparecido Imperio otomano, que fueron unidos a la fuerza por el acuerdo Sykes-Picot de 1916. El combate al terrorismo es solo uno de sus retos; la pobreza y la desigualdad, el sectarismo y la falta de gobernabilidad son otras variables que atestan el saco de retos del país de los ríos Tigris y Éufrates.