Cada vez es más la gente que protesta por el excesivo tiempo que pasamos conectados a nuestros teléfonos inteligentes y nuestras tabletas.
Las campañas en las redes sociales para convencerlo a uno de que se desconecte y comience a mirar más a su alrededor se están volviendo del tamaño de las antitabaco de otras épocas. Lo que pretendo aquí es justificar por qué pasa eso, y ustedes me dirán si estoy exagerando: ¿cómo era la vida antes de que existieran estos aparatos? Un día normal, de una persona promedio, arrancaba con el sonido del despertador, al que uno le mandaba la mano para, somnoliento todavía, apagar el ruido campanudo en algunos casos o estridente en otros. Una vez lograba levantarse, abría la puerta y recogía el periódico, para acto seguido dedicarse a revisar las últimas noticias, mientras se oía la emisora favorita. Terminada esta labor, se buscaba la agenda del año en curso, que normalmente se la regalaban a uno de Navidad todos los años, y revisaba las actividades del día. De camino al sitio de trabajo, se pasaba por el casillero de correo para recoger la correspondencia. Una vez en la oficina, se abrían esas cartas y se contestaban, dictándoselas a la secretaria, si se la tenía, o sentándose a la máquina de escribir para responderlas. Obviamente, en medio de todo esto, iban y venían las llamadas telefónicas normales, tanto de orden privado como de trabajo, mientras se usaba todo el día la calculadora que cada día se iba sofisticando más.
A la hora del almuerzo, se acudía a las páginas amarillas para decidir dónde y qué se iba a comer. Si se tenía una misión que implicara la búsqueda de información o de ubicación geográfica, había que buscar en mapas o en enciclopedias, así como al salir a vacaciones había que acudir a una agencia de viajes que le vendiera los pasajes y le diera las opciones de las que uno habría de escoger.
Al llegar a casa, acudíamos a un libro o revista para leer un rato y así descansar y retomar alientos. Si en esa lectura se presentaba una duda gramatical, había que tomar el inmenso diccionario de la DRAE y resolverla. De pronto llegaba uno de los hijos y le pedía que jugaran algún videojuego, entonces, con un poco de torpeza, porque ellos sí manejaban esos aparatos muy bien, se los acompañaba en la labor.
El fin de semana se le echaba mano a la cámara y la filmadora, y salíamos a pasear y a tomar fotos que serían desarrolladas después para ponerlas en álbumes que traían pegante y hojitas transparentes para taparlas para que se conservaran un buen tiempo.
Bueno, pues hoy TODO ESO está en un mismo aparato. TODO Y MÁS. Por eso no lo soltamos, por eso no le quitamos los ojos de encima. Está la alarma que nos despierta, los periódicos del mundo, las emisoras del planeta, el calendario, la agenda, los recordatorios, las fotos, la libreta para anotar, la grabadora para guardar notas de voz, el teléfono, los mensajes telefónicos, las charlas con los amigos, los tuits de quienes seguimos, la vida social de nuestros conocidos, la calculadora con funciones inimaginables (y en mi caso, inservibles la mayoría), la cámara, la filmadora, toda la información de todas las enciclopedias habidas y por haber, todas las revistas de todas las clases y temas, una secretaria que se llama Siri, jueguitos divertidísimos de todo tipo, venta de pasajes, hoteles, tures, etc., recetas de cocina, domicilios, taxis, brújula, nivel, mapas, máquina de escribir, cuadros de contabilidad, libros, cine, videos, música favorita, escáner, timer, información de la bolsa, diccionarios de todos los idiomas, traductores instantáneos, GPS, linterna, espejo y tantas otras cosas que, si me pongo a enumerarlas, no van a levantar la vista de este texto y los van a regañar por estar conectados en exceso.