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El bien supremo

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Columna del lector
02 de junio de 2014 - 03:00 a. m.
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En una de sus dos obras más conocidas —la Política y la Ética nicomaquea—, o en ambas, Aristóteles sostiene que casi todos los fines son intermedios.

Así, por ejemplo, la medicina está en función de la salud, la arquitectura en función de la construcción de casas y edificios, la agricultura tiene por objeto la producción de alimentos, y así sucesivamente. Pero hay un fin último, que Aristóteles llama “el bien supremo”, en función del cual están todos los demás fines: la felicidad. En este orden de ideas, podemos decir que hay un fin penúltimo, que es la paz, pues sin ella ninguno de los otros fines sociales puede cumplir a cabalidad su cometido. Si no hay paz y armonía, no se puede organizar adecuadamente la atención de la salud, no se puede educar bien a los miembros de una comunidad, no se puede cultivar el campo en forma apropiada, no se puede brindar seguridad a los ciudadanos, no se puede crear empleo de calidad, etc. Por ello, la paz se confunde con el bien supremo. Esto es tan cierto que una figura tan importante para el mundo como Jesucristo dijo a sus discípulos: “Mi paz os doy, mi paz os dejo, la paz sea con vosotros”.

Ahora bien, si los anteriores planteamiento son válidos, y yo creo que lo son, no hay razón para no votar por quien está a favor de la paz y no por quien está en contra de ella, salvo naturalmente los uribistas, a quienes nada ni nadie sería capaz de hacer entrar en razón. A aquellos que, como Jorge Robledo, el senador del Polo Democrático Alternativo, y sus acólitos, sostienen que para ser coherentes con sus principios no votan ni por Santos ni por Zuluaga, habría que decirles que la disyuntiva no es Santos o Zuluaga, sino la paz o la guerra. Eso de que no votan por convicción es un argumento antidialéctico. Hitler estaba convencido de que exterminar a los judíos era lo correcto. Tal vez no haya habido alguien más coherente que el Führer alemán, pues todo lo que hizo había sido expuesto en Mein Kampf. Stalin, por su parte, estaba convencido de que su lucha contra sus opositores estaba bien fundada, hasta el punto que después de eliminarlos a todos dentro de la Unión Soviética mandó matar a Trotsky en México. Hitler y Stalin fueron coherentes, pero también fueron unos grandes irresponsables, por no decir otra cosa. En sus respectivos países hoy no quieren saber de ellos. Este tema de la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad fue tratado en forma magistral por Max Weber en un libro famoso.

En conclusión, la alternativa es clara: el 15 de junio hay que votar por el candidato de la paz, concretamente por Juan Manuel Santos. A mí me conmueve que personas que tendrían razones suficientes para estar en contra del presidente Santos estén dispuestas a votar por él para evitar lo peor. Es que aquí la ley suprema es la salvación de la Nación.

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