El cero también suma

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Columna del lector
16 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.
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Por Tomás Tibocha

Quizá no haya acto más contraproducente en la carrera hacia el anhelado diploma que intentar promediar un cinco utilizando al insípido número cero como principal insumo. Y es que este dígito, además de ser incapaz de aportar en las operaciones de la calculadora académica, también lidia con el vergonzoso estigma de la incompetencia y la desventura profesional.

Sin embargo, y como si se tratara de una herencia reservada para perdedores, una vez se atraviesa la frontera del título educativo, el cero tiende a pesar más que los promedios, las felicitaciones a la memoria de corto plazo y la suerte en preguntas de nulo entendimiento.

Y no es que el rigor que implica recorrer un pénsum con excelencia carezca de mérito —logro de muy pocos, por demás— o que el sistema de calificación actual no sea una vía eficiente para blindar al cartón de grado de la mediocridad. La reflexión pasa más por el descrédito que tiene el fracaso y la adversidad a lo largo de la enseñanza.

Existe evidencia, entre ella la de Angela Duckworth, reconocida psicóloga de la Universidad de Pensilvania, para soportar que la inteligencia humana, medida según el coeficiente intelectual, fluctúa significativamente durante los años de la adolescencia. Este aspecto ha permitido demostrar que el éxito académico, más que tratarse del azar de nacer superdotado, está determinado por la motivación que pueda tener cada individuo para desarrollar sus estudios.

Es por esto que resulta paradójico que un salón de clases, llamado a ser el laboratorio del ámbito laboral, pueda llegar a ser la cuna de la deserción y la resignación; que un profesor penalice a un alumno por el hecho de interpretar equívocamente sus fotocopias asignadas, y que los exámenes se hayan constituido como una fuente recurrente de temor y ansiedad.

Por otro lado, las equivocaciones no solo proveen al desacertado de nuevas vías para encaminarse hacia el éxito, también son un suministro esencial para forjar un espíritu resiliente, capaz de sortear la incertidumbre de la faceta profesional y las exigencias de un mercado ocupacional cada vez más amenazado por el relevo que plantea la automatización hacia 2030.

Reconocer que el futuro tiene suscrito un contrato irremediable con el fracaso y prepararse para afrontarlo no es una ganancia exclusiva de los estudiantes que lidian con el flagelo del cero; de hecho, un reciente análisis de la firma de consultoría Bain & Company demostró que en el caso de las empresas, aquellas que se encuentran preparadas para contextos de crisis logran alcanzar una tasa de crecimiento anual del 17 % durante la recesión, con respecto a las que no planifican las desaceleraciones.

Así las cosas, indistintamente del valor agregado que persiga una institución educativa, y del novedoso diferencial que esta pueda ofertarles a sus matriculados, la concepción que se tenga del error marcará la diferencia entre un cinco para relucir en una hoja de vida y un cero para adaptarse a las dinámicas reales de un mundo revolucionado. El cero suma, enseña y abre camino, y si aún existe duda, ¿qué otra cosa es un emprendimiento victorioso, sino el arte de aprender a sumar cincos a punta de ceros?

@tomastibocha

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