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No es ciencia ficción, es la bienvenida a lo desconocido. Nos es difícil, como sociedad, dejar a un lado la construcción de imaginarios con personajes de ficción y roles muy definidos, a los que recurrimos para tejer una narrativa de los sucesos actuales.
Las metáforas militares son la base del guion que describe la pandemia que hoy trastoca la cotidianidad global. La invasión de nuestro cuerpo por parte de este enemigo invisible tendrá que ser combatida con nuevos métodos de tratamiento. Con ello nuestra retaguardia podrá suplir nuestras defensas con un arma que aniquile a ese agente externo. Al relatar los hechos, nos preguntamos quien será protagonista, héroe o villano. Pero la palabra “héroe”, en los últimos años, se ha utilizado desmedidamente. Aunque no estamos en guerra con otro ser como nosotros, de carne y hueso, parece que no existe otra opción más que aplicar esa semántica a nuestra cotidianidad. El uso de este término para hablar de cualquier actor de nuestra historia implica una valoración moral determinada que no todo protagonista merece. No podemos olvidar que hay líderes vestidos de blanco, rodeados más que nunca de su mentor Hipócrates y convencidos de su ejercicio sin tener, ni querer, condecoraciones ni reconocimiento mediático. Y quizás al final nos daremos cuenta de que, junto con este personal médico, los enfermos, los campesinos, los ancianos, los inmigrantes, los indocumentados, los sobrevivientes, los torturados, los desplazados, los refugiados, los líderes sociales, las minorías, fueron los héroes invisibles de quien nadie habló y que ya desde mucho antes habían mostrado la fortaleza de enfrentar cualquier tipo de adversidad sin importar el costo de sus vidas.
El ente viral, invisible e imperceptible se transforma en la contraparte del héroe. Es para nosotros un personaje casi humano, con una corona que conocemos gracias al microscopio. A raíz de esa imagen minúscula se construyen historias, las cuales son interpretadas a través de la pantalla.
No deja de impactarme la avalancha de información incontrolable, repetitiva y muchas veces amarillista de medios que se autodenominan imparciales y de alta credibilidad. A su vez, aquellos que se tildan de innovadores y poco tradicionales incurren en creer que la tecnología es sinónimo de progreso, inclusión y confianza.
Hoy, cualquier persona divulga información por las redes sociales sin cuestionar que esa información, compartida por ese clic que toma milisegundos en llegar a su destino, no proviene de una fuente confiable. La manera de transmitir lo contemporáneo está íntimamente ligada a la provocación, mas no al análisis; cualidad intrínsecamente relacionada con el aprender a escuchar. Parecería que se está satisfecho con incitar al otro, dejando a un lado el cómo, cuándo y por qué se debe comunicar.
Nos dejamos seducir por un hambre desmedida por los números y sentimos casi una satisfacción inconsciente al determinar qué país o ciudad es la que más sufre a escala numérica. ¿Y dónde está la persona, la sociedad? ¿Dónde están nuestras posibilidades para percibir que es posible salir adelante?
En esta contienda entre héroe y villano, dios y la naturaleza también tienen su rol. Algunos apelamos al primero como esa fuerza invisible que invocamos a conveniencia. Otros, mediante cierto materialismo darwiniano, explicamos lo sucedido como el resultado de un desequilibrio ecológico que no puede continuar para siempre. La naturaleza, en su papel de divina heroína, nos lleva a cuestionar aquellas figuras masculinas que comparten el mismo libreto para enfrentar los problemas, aferrándose al poder. Mientras tanto, sin protagonismos, la mujer asume su liderazgo, transformando el lenguaje viril en un mensaje global, visionario y dinámico donde no tienen cabida los falsos ídolos.
Lo que vivimos, sin embargo, no es ficción. Existen posibilidades de comunicar de una manera fidedigna, oportuna y exacta en vez de utilizar el miedo y la incertidumbre. Si la balanza de la comunicación se enfoca en la calidad del contenido, en historias de fácil acceso, útiles, con un lenguaje claro y sin tecnicismos médicos, estaremos listos para comprender y responder a las circunstancias. La ciencia y la medicina permitirán que, pese a la desinformación y las vagas interpretaciones de este extraño coronavirus, podamos entender nuestro lugar en el mundo. Desafiando y entendiendo las ideas preconcebidas para encontrar la respuesta a lo desconocido. Así, podremos recordar a los protagonistas de esta historia y no a los héroes de papel que muchos quisieron vender. Súbitamente un virus nos ha convertido a todos en escuderos de la vida. Es una oportunidad única que debemos saber asumir por primera y ojalá última vez en nuestra vida.