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El oficio del polvo: sobre objetos y recuerdos

Érika Gómez
23 de enero de 2023 - 05:02 a. m.

Basta con observar detenidamente un objeto para encontrar pequeñas partículas de suciedad sobre su estructura, pues inevitablemente el polvo logra alcanzar todos los objetos de la casa: se posa en los rincones, en los cajones que implican olvido, estantes y lugares de sumo cuidado —donde son ubicados a la vista y apartados de aquellos a los que se les resta importancia—. Estas partículas pueden cubrir una pequeña o gran parte de la superficie de las cosas, y su permanencia y grado de invasión dependerán de la frecuencia con la que se les haga limpieza.

El polvo tiene la facilidad de alcanzar todos los objetos; a pesar de esto, toma mayor estadía en aquellos que son guardados o arrinconados (que inusualmente nos recuerdan su presencia). Si bien resulta claro que no todo se guarda, a todo le terminamos por otorgar un lugar; es por ello que buscamos un sitio entre los cajones, mesas o estantes para que allí sean acogidos por un determinado tiempo. Ahora, esto me lleva a la pregunta ¿por qué abandonamos ciertos objetos? Sea por su falta de uso, porque no resultan necesarios en su momento o porque no se les encuentra la misma utilidad con la que alguna vez fueron vistos, terminan por quedar en el margen, porque caen en el olvido dentro de un lapso de tiempo que resulta ser indefinido.

Algo similar ocurre con los recuerdos, algunos están almacenados de tal forma que debemos hacer un gran esfuerzo para llegar a ellos; otros, por el contrario, están a nuestro alcance e incluso se presentan de manera espontánea. Ahora, reformulando la pregunta anterior, ¿por qué buscamos arrinconar ciertos recuerdos? Resulta fácil creer que, como sucede con los objetos, hay factores que inconscientemente influyen —por lo general negativos, que se han generado a partir del trauma, dolor o desprecio—, que nos llevan a procurar mantenerlos en los rincones de nuestra memoria, hasta que, por un suceso o un sentimiento, nos alcanzan una vez más.

Cuando pretendemos apartar los recuerdos que nos lastimaron, con el fin de buscar un medio que permita llevarlos al olvido, inevitablemente nos acercamos a la herida, a lo indeseado; es allí donde se hace difícil siquiera mantenerlos dentro del margen y, con suerte, logran quedar en un rincón de la mente con el paso del tiempo. Por ello nos inclinamos hacia los que son significativos y les damos un lugar preciado en la mente, de modo que el abandono no se presente o, por lo menos, no de forma significativa.

La estadía del polvo refleja quietud, y la quietud, si se acompaña de olvido, puede llevar a que las cosas o sucesos reposen en silencio, bajo capas que se hacen más gruesas con el paso del tiempo. Hasta este punto, es de considerar que su oficio, más allá de conectarse con términos negativos como suciedad o abandono, otorga ciertas ventajas. Sobre los objetos, nos puede dirigir la mirada hacia las cosas y dar a conocer la necesidad de limpieza. Desde los recuerdos, más que cobijar situaciones, permite cambiar la forma como nos sentimos frente a ellas. Mucho ignoramos que pequeñas transformaciones acompañan la presencia de estas partículas, y cuando volvemos a estar cerca de eso que parecía lejano (después de un proceso de limpieza), deja de ser igual para nosotros.

Aunque, más allá de todo esto, quizás el polvo desde su oficio nos pueda enseñar algo sobre aquello que está presente en objetos y recuerdos desde el lado en que se mire: la permanencia.

Por Érika Gómez

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