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El Sí y el No del plebiscito

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Columna del lector
19 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.
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En todos los medios del país hemos encontrado recientemente información valiosa y suficiente para comprender el acuerdo al cual llegaron por fin el Gobierno y las Farc.

Por Bernardo Ochoa Arismendy, M.D.

Dada nuestra condición de víctimas del conflicto, consideramos importante hacer algunas reflexiones sobre el hecho. En 1996, mi esposa y madre de mis hijos, de 68 años de edad, fue secuestrada por el frente 36 de las Farc. Pasaron dos meses de horror, de inenarrable sufrimiento y dolor, mientras lográbamos reunir el dinero del rescate, cosa nada fácil para un profesor universitario de tiempo completo. A pesar de esta tenebrosa experiencia, nuestro voto en el plebiscitario será por el Sí; será un voto en conciencia, fruto de análisis y reflexión, porque después de todo creemos firmemente que el acuerdo logrado señala el camino que más le conviene al país y Colombia tiene para nosotros un valor que no puede ser superado por consideraciones de orden personal o familiar, menos aún político, porque no pertenezco a ningún grupo o partido político. Es claro que la aprobación del acuerdo no significa la paz inmediata para el país, pero silenciar ocho, diez o 100 mil fusiles que constituyen una amenaza para la población, nos traerá sin duda un gran alivio y nos permitirá abrirle una gran puerta a la paz en Colombia.

El tiempo que transcurra mientras vamos aclimatando la paz será tanto más corto cuanto más diligencia pongamos todos en la empresa urgente de domesticar la fiera humana que habita en nosotros, los colombianos. Para eso tenemos una tarea dura aunque posible: 1. Aprender que nuestros semejantes tienen derecho a un trato respetuoso y considerado, cualquiera que sea su condición social y económica, su raza, el color de su piel. 2. Que tratemos de ser menos arrogantes y más humanos. 3. Que entendamos que para aclimatar la paz necesitamos reducir la inmensa brecha que existe entre ricos y pobres y todos contribuir en forma organizada y metódica a lograrlo. 4. Que nos unamos todos en un propósito sincero de erradicar la absurda cultura de la violencia, el odio y la intolerancia que tantas tumbas ha abierto en la adolorida patria. 5. Que nos tratemos con respeto, y seamos capaces de perdonarnos mutuamente nuestras debilidades, todo lo cual es posible, aunque no es fácil lograrlo. Pero ¿no somos acaso un país que se dice tan cristiano?

Todas las grandes instituciones internacionales y nacionales, empezando por la ONU, la OEA, la Unión Europea, la Unión Norteamericana, los líderes del mundo entero, empezando por el papa Francisco, la Conferencia Episcopal Colombiana, la Iglesia católica y las denominaciones protestantes, el presidente Obama y el Congreso de EE. UU., todos los presidentes de Centro y Suramérica, además de un número de intelectuales y colombianos rasos cuya cuantía no conocemos, han apoyado los diálogos entre el gobierno de Colombia y las Farc. ¡Tanta gente pensante no puede estar equivocada!

Hemos revisado conscientemente los argumentos del Centro Democrático para oponerse al acuerdo alcanzado, y nos duele decir que no se ajustan a la realidad que vive Colombia. Nos duele porque no podemos olvidar que fue el doctor Álvaro Uribe quien durante su mandato, como comandante general de las Fuerzas Armadas de Colombia, hizo la labor de ablandamiento que llevó las Farc a la mesa de conversaciones. Álvaro Uribe es uno de los pocos líderes naturales que ha dado este país, pero todos los seres humanos cometemos errores, y en esta ocasión él y sus seguidores han adoptado una posición que no es sostenible a luz de la razón, de la lógica y sobre todo de las necesidades inaplazables que Colombia tiene que atender.

Dr. Uribe, miremos el bien de nuestro país y no el de un partido político que tiene muchas otras opciones en la lucha por el poder. Pensemos que la guerra que nos ocupa es un enfrentamiento entre hermanos que hoy tratan de ponerse de acuerdo; esto exige que se hagan sacrificios. Insistir en reclamos jurídicos que pueden ser justos pero inoportunos no es buena política.

¿Que los culpables van a ir al Congreso? Los culpables somos todos los colombianos, en especial nuestros dirigentes, que en vez de dialogar para buscarle solución a los problemas del país resolvieron que era preferible la guerra entre hermanos. Y recuerden que el Congreso no es propiamente una reunión de Jesús con sus santos apóstoles.

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