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Elegía

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Columna del lector
18 de agosto de 2014 - 03:00 a. m.
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Colombia está cambiando. Más allá de las grises y frías capas de cemento que sepultan impunemente las huellas de los que vinieron antes y que caminaron las mismas calles, anhelando que sus pasos no se borraran de la tierra.

Más allá de las tumbas que la montaña devoró y cubrió de eucaliptos y sauces llorones. Más allá de los ríos que guardan en su memoria los días en que su tez cristalina se manchó con el escarlata tibio de la sangre que corrió junto a ellos. Más allá del campo, que da siempre la vida y ha sido testigo de la muerte. Más allá de todo ello —y quizás, a pesar de que a este suelo le duele recordar su nombre—, a Colombia le emergen de los poros, de la tierra, de las entrañas impolutas de los ríos, las ganas de salir adelante, las ganas de recordar su nombre sin dolor.

Hoy, más que nunca, quizás como nunca antes, nos enfrentamos a la tragedia del espejo y aquel reflejo que nos espanta —el de nuestra propia historia que construimos a trompicones y diatribas— nos mira fijamente para que veamos, no ya la suciedad del rostro, sino la posibilidad de limpiarlo.

Porque quizás ha llegado la ocasión de declamar la elegía a Colombia. A esa Colombia que se mataba a sí misma y a la que el odio nunca pareció bastar; a esa Colombia que ha llorado tanto y que fue enterrando los cuerpos entre la montaña y el río y el campo para no tener que contarlos; a esa Colombia que ha sucumbido tantas veces ante el dolor. Y ha llegado el momento de preguntarnos lo que se preguntó Gonzalo Arango antes de que se desatara esta larga cadena de odios: “¿No habrá manera de que Colombia/ en vez de matar a sus hijos/ los haga dignos de vivir?”.

Yo creo que Colombia puede responder a esta pregunta y por ende —aunque con esto contradiga al poeta— no será necesario profetizar una desgracia: la tierra no se volverá a regar de “sangre, dolor y lágrimas”.

Ahora que ha llegado la hora de todas las horas, es momento de decidir quiénes somos. Hoy se levantan millones de voces. Voces que ya no tienen miedo. Voces y cuerpos y vidas y sueños que reclaman su lugar sobre esta tierra, que reclaman su derecho a vivir en el país en el que nacieron sin que Colombia los mate o se niegue a hacerlos dignos de vivir. Quizás por primera vez, los siglos se levanten para presenciar el momento en que el sonido de las voces se haga más fuerte que el ruido de los fusiles y tal vez en ese momento, Colombia despierte definitivamente, de una vez por todas, del letargo que produce la muerte.

Que Colombia reclame su derecho a vivir. Que ya nunca más un fusil o una motosierra se lo puedan negar. Que los hijos de Colombia —que somos todos— dejemos de sentir de una buena vez que es el rojo el único color de la bandera que por herencia trágica nos pertenece.

De esta manera a Colombia no le dolerá recordar su nombre.

Así lo creo. Como lo cantó Piero, la voz de tantas generaciones de Latinoamérica: “Soy uno entre la gente/ que sabe que la vida/ se pasa simplemente”. De esa manera, como se pasan simplemente las oportunidades de cambiar el rumbo de la historia. Como quizás pasará esta nueva ocasión única y feliz si no la miramos con entereza.

@acastanedamunoz

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