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Entre la salud y el trabajo

Sara Rave García
22 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.

Continúa el eterno drama de los contratos laborales a término fijo y los empleadores poco conscientes en Colombia.

En el país del encanto, el de las personas felices, está tan desmejorado el sistema de salud como el laboral. Aquí, la mayoría de los empleadores optan por un contrato que abarque el menor tiempo posible para ahorrarse beneficios para el empleado, porque otros tipos de contrato significan mayor responsabilidad económica en varios aspectos. Todo ello, a partir de leyes que no solo ponen en jaque a los pequeños y medianos empresarios, sino que de manera muy directa afectan la calidad de vida y la salud mental de muchos empleados.

Usted podría pensar: “¿Qué tiene que ver?”. Bueno, es mucho más estresante y difícil priorizar asuntos personales importantes cuando todo el tiempo se debe estar pendiente de evitar que su contrato sea renovado. Es decir, si usted trabaja para conseguir dinero y así costear una calidad de vida básica (porque esta inflación y rango salarial no dan para más), y ese flujo de dinero se condiciona a que usted haga los méritos necesarios para ser llamado de nuevo, muchas veces incluso sobreponiendo las labores a cualquier otro asunto de importancia en su vida personal, sentimental o familiar, inevitablemente se verá presionado (aunque casi siempre de manera “sutil”) a poner siempre su empleo por sobre lo demás. Es como el currículo oculto de la actividad laboral en Colombia, en donde llegamos a tal punto de normalizar la situación que incluso compañeros de trabajo podrían disgustarse y tacharle de irresponsable por una ausencia o por enfermedad, aunque ellos vivan bajo el mismo yugo todo el tiempo.

De cierta forma, la pandemia nos había dado un respiro en este sentido porque, al estar tan enfocados en el COVID-19 y la velocidad de su propagación, bastaba con informar los síntomas y, mediante plataformas virtuales, se podía hacer la mayor parte del proceso desde casa para no perder mucho tiempo y dinero en salas de urgencias y desplazamientos por la ciudad.

Ahora, todo va volviendo a tornarse retrógrado y los trabajadores de la salud tienen que lidiar con cantidades alarmantes de personas en una sala que, por sus condiciones de salud y los largos tiempos de espera, van poniéndose impacientes y en ocasiones groseras con quienes menos tienen la culpa (los médicos y las enfermeras).

Ni que decir de la salud mental: en este país queda terminantemente prohibido atenderla o cuidarse, si eso significa una inhabilitación repentina y no necesariamente sorpresiva de sus funciones porque “es solo una excusa para no hacer lo que debe”. Realmente es espantoso y alarmante para muchos siquiera tocar el tema. Es como si cada crisis de ansiedad o ataque depresivo fuera un berrinche infantil, una afección contagiosa de la que se deben alejar y compadecer desde lejos a todo aquel que lo sufra.

Estamos cayendo en que cada incapacidad es un punto menos en la tabla imaginaria de calificaciones para sus posibilidades de continuar en la empresa y el miedo reina por encima de la autoestima y la confianza que nos suele brindar la estabilidad. Aunque muchos dirán que no es cierto, póngase a hacer el recuento de todas las veces que prefirió asistir al trabajo enfermo porque había algo muy importante que no podía dejar para luego o porque asistir al médico le iba a robar, al menos, una jornada laboral que no le iban a pagar si no conseguía incapacidad o, peor aún, lo podían suspender.

Al final, la pregunta sigue siendo: ¿en qué punto de la vida cambiaron tanto las condiciones y las prioridades para un colombiano promedio prefiera agudizar una enfermedad antes que arriesgarse a desmejorar su imagen ante el jefe o los colegas?

Por Sara Rave García

 

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