La forma más simple de explicar la estratificación socioeconómica en Colombia es usando una analogía con el fútbol.
Si consideramos las tribunas occidental y oriental como los estratos altos del estadio, las tribunas norte y sur serían los estratos bajos.
Decir que los hinchas pueden comprar boletas de cualquier tribuna es como decir que los hogares colombianos pueden comprar (o arrendar) viviendas en cualquier estrato. Por supuesto, en ambos casos, si quieren ubicarse en una mejor localidad tienen que pagar más.
Entonces, el estrato es ese atributo asignado a cada vivienda de la ciudad, como la tribuna que se asigna a cada butaca del estadio.
Si al acercarse a un estadio alguien susurrara: “Le vendo una de norte”, sabría que intenta resumir (con la sola referencia a esa tribuna) las consideraciones de costo y calidad de la butaca que intenta venderle.
En forma análoga, cuando un agente inmobiliario en Colombia intenta resumir las características físicas y el entorno de una vivienda, simplemente dice el número de su estrato.
Y, claro, ese nombre de la tribuna frecuentada por determinado hincha podría llegar a generarle discriminación, porque algunos subestiman (o envidian) a otros por frecuentar una tribuna, al igual que subestiman (o envidian) a quienes residen en determinado estrato.
Pero ni la clasificación de las butacas por tribunas ni la clasificación de las viviendas por estratos determinan lo que cada quien piense sobre quienes frecuentan cierta tribuna o quienes residen en determinado estrato.
Por otra parte, cuando un hincha de bajos recursos intenta comprar una boleta de mejor tribuna sabe que será más costosa, así como cuando un hogar pobre intenta trastearse a un estrato más alto sabe que los servicios públicos domiciliarios (SPD) serán más costosos.
En la condición opuesta, si alguien con mucha riqueza disfruta el ambiente de una tribuna popular, nadie pretenderá cobrarle más por su entrada. Al igual que no puede considerarse error (de inclusión, dicen los economistas) que la capacidad de pago de algún hogar resulte mayor que el estrato de su vivienda.
Porque así como no se aceptaría que las tribunas fueran asignadas por alguna condición de los hinchas (su capacidad económica, por ejemplo), tampoco se recibiría como justo o equitativo que los estratos (y con ello los mayores cobros en SPD) dependieran de lo que se respondió de más o de menos en una encuesta.
Si el apartamento de nuestro vecino empezara a pagar tarifas más bajas por los SPD, nos generaría la misma suspicacia que si el vecino de butaca en el estadio pagara menos por su entrada.
Para los promotores del espectáculo futbolero resulta simple y transparente mantener la regla de cobrar más por la mejor localización, clasificando por tribunas y preocupándose por controlar (lo mejor posible) que se cobre a cada quien según su ubicación.
Por su parte, algunos investigadores sociales de nuestro país proponen cambiar el cobro según estrato por otro según capacidad de pago del hogar.
Como si pretendiendo corregir que no siempre la tribuna corresponde a la capacidad de pago del espectador pudieran obligar a pagar a muchos espectadores en norte los precios de oriental, mientras a su lado otros pagan menos.
La legitimidad de una política pública depende, en gran medida, de que se acepte como justa su aplicación.
Desde el punto de vista técnico y jurídico, la estratificación socioeconómica en Colombia es una política de suelo que atiende al sano principio de distribuir equitativamente cargas y beneficios (a mejor vivienda, mayor cobro). El error es pretender transformarla en instrumento de focalización.
* Asesor del Grupo de Estratificación del DANE.
Por Raúl Martínez Sandoval*
