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12 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
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Por Verónica Mesa

La violencia sexual es un tema difícil. Escucharlo enseguida evoca imágenes de lo peor, dudas, sospechas. Un sinfín de preconcepciones vienen a la vida con su simple mención, todo alrededor de ella está sobresaturado de significado. Es algo que indigna, que causa temor, pero que también nos revuelve por dentro, y cuya discusión puede provocar las más variadas reacciones entre nuestros interlocutores. Ante la duda, mejor no discutirlo mucho y guardar la esperanza de que nunca nos pase.

Aunque hagamos ojos ciegos ante ella, la violencia sexual es ya parte de nuestra cotidianidad. Su aparición en las noticias es lamentablemente frecuente, y, sin embargo, cada vez que leemos o escuchamos uno de estos relatos se nos hace impactante, terrible, agobiante… por unos segundos. Si nos impactó mucho la noticia, la comentaremos un par de veces con nuestros conocidos, pero por lo general el tema no sobrevive más de una semana. Casos con mayor supervivencia mediática como el de Rosa Elvira Cely o Juanita Díaz son la excepción y no la regla. Quince días después, otro caso llega a las noticias, de nuevo la sorpresa, el breve impacto, el olvido, y así sucesivamente. Borrón y cuenta nueva.

Por muy contraintuitivo que nos parezca, lo cierto es que la violencia sexual no es un evento aislado que comienza y termina en el acoso, contacto o penetración, sino que es una condición sistemática, algo que sucede en esta ciudad, y sucede mucho. Si se hace referencia a los últimos análisis del programa Bogotá Cómo Vamos (BCV), entre enero y septiembre del 2016, se denunciaron en Bogotá 2.734 casos de violencia sexual contra mujeres. Todo ello suma el alarmante promedio de dos mujeres sexualmente violentadas cada cinco horas. Se lee diez mujeres violadas diariamente… Y aun así los consideramos casos raros e inconexos.

Esto no es algo infrecuente. Pasa en las casas, en las calles, en los colegios, en las universidades, con familiares, amigos o extraños. Tarde o temprano, y sin distinguir estratos, toca a nuestra puerta o a la de un conocido, y ya no podemos eludirla. Cercano o lejano, siempre se llega a conocer un caso de primera mano.

No es que de la violencia sexual no se diga nada en absoluto, por el contrario, suenan ecos de ella por doquier, pero es la forma en la que se habla lo que debemos cambiar. Tenemos que dejar de tratar la violencia sexual como una simple conversación de pasillo o sobremesa. descartando cada noticia de violencia sexual, mutilación o feminicidio como un microevento, un accidente aislado y nefasto. Eres una en un millón.

Es necesario buscar formas distintas para abordar el tema, distintas de este modelo mediático que discute la violencia, pero la maneja en una dualidad entre sensacionalismo y trivialización, sin prestar el debido énfasis al trasfondo social, cultural, gubernamental que ha permitido la ocurrencia, continuidad, y recrudecimiento de estas prácticas.

Debemos tratar la violencia sexual no sólo en términos de atención, sino de educación y prevención, hablar de ella cuando pasa, pero también para que no suceda. En un mundo donde la desgracia humana se ha vuelto un espectáculo mediático, un hashtag o un trending topic, tenemos que ir más allá de lo superfluo y traducir esos escenarios en manifestaciones políticas reales.

@mesapara2

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