Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Donald Trump fue elegido con la consigna de “hacer a los Estados Unidos grande otra vez”. Sin embargo, sus decisiones más recientes parecen orientadas a lograr exactamente lo contrario: están debilitando los pilares que han hecho de ese país una potencia admirada y globalmente influyente.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha sido el principal promotor del libre comercio global. Gracias a esta apertura, no solo ha mantenido el liderazgo económico mundial, sino que se convirtió en el centro de la innovación tecnológica, la inversión extranjera y la producción científica. Su grandeza no ha sido un accidente, sino el resultado de instituciones sólidas, reglas claras y una apuesta estratégica por mercados abiertos.
Hoy, sin embargo, ese legado está en entredicho. Al retirarse de acuerdos comerciales, imponer aranceles y cerrar mercados, Estados Unidos se aísla en un mundo que sigue avanzando. Mientras la Unión Europea, América Latina o Asia pueden profundizar sus relaciones comerciales, las empresas estadounidenses pierden acceso preferencial a consumidores y cadenas de valor. La consecuencia es directa: menos exportaciones, menor inversión extranjera, menos empleo y un retroceso en innovación. El vacío lo llenan otros, especialmente China.
Pero no se trata solo de economía. La cruzada racista y violenta contra los migrantes desconoce el papel central de esta fuerza transformadora en la historia y sociedad estadounidense. Han sido mano de obra esencial en todas las ramas de la economía, pero también protagonistas en la ciencia, el emprendimiento y la innovación tecnológica. En un país que se ha definido históricamente como tierra de oportunidades, los migrantes son parte fundamental de la promesa americana.
Las redadas, deportaciones exprés, el perfilamiento racial y la criminalización del disenso están erosionando la confianza de quienes venían a estudiar, trabajar o investigar. Recientes casos de estudiantes a quienes se les revocó la visa por apoyar públicamente a Palestina son una señal de alerta: en el país de la Primera Enmienda, ya no hay garantías para disentir.
Y este punto se conecta con el tercer pilar que ha sido menoscabado por Trump: el de los Estados Unidos como referente de la democracia. Durante su segundo mandato, se ha profundizado el deterioro de pilares fundamentales de la democracia estadounidense, como la libertad de prensa y el imperio de la ley. El aumento de arrestos y agresiones contra periodistas, la exclusión de medios críticos de eventos oficiales y el hostigamiento judicial a figuras de la prensa revelan una estrategia sistemática de deslegitimación del periodismo independiente.
Al mismo tiempo, la retórica contra jueces, fiscales y organismos de control ha socavado la confianza en la imparcialidad institucional, mientras se consolidan prácticas de gobierno que desafían abiertamente los límites del poder ejecutivo. Todo esto configura un escenario preocupante de erosión democrática, en el que las reglas del juego pierden fuerza frente a la lógica del enfrentamiento político permanente.
La grandeza de los Estados Unidos no ha sido su tamaño, poderío económico o militar. Estados Unidos se convirtió en el centro del mundo porque sus instituciones, su forma de gobierno y su cultura son un referente universal. Gobernantes en todas las regiones del mundo lo han visto como el mejor aliado para garantizar su seguridad y prosperidad. Personas de todo el planeta vieron en este país un lugar donde podían encontrar las mejores oportunidades y nivel de vida.
Desconocerlo no solo debilita su papel global, sino que traiciona su propia promesa fundacional. Lo que se pierde no es solo liderazgo económico o influencia diplomática, sino la capacidad de inspirar y convocar. Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que realmente lo hizo grande.
Por Juan Pablo Ossa
