Por Paola Andrea Sánchez Soler
Hace poco me encontraba leyendo la tesis de doctorado de Maurice Brungardt, en la cual analiza la producción económica colombiana desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX con base en la recolección de diezmos. Lo que me llamó la atención de esta tesis, así como de otras tantas obras que han estudiado a nuestro país en diferentes ámbitos (político, económico, cultural, etc.), es la constante mención de la dificultad que genera la lejanía de tantos pueblos frente al centro político que de vieja data ha dominado nuestra sociedad: Bogotá y, en menor medida, las ciudades más pobladas o las capitales de los departamentos.
Con esto no quiero referirme de forma despectiva a la capital de nuestro país, esto sería sin duda un despropósito.
Tampoco quisiera señalar que otras ciudades tan importantes en la actualidad como Medellín, Bucaramanga, Cali, entre otras, no han sido protagonistas del devenir nacional.
Por el contrario, considero que el reconocimiento del rol de estas ciudades en el desarrollo de nuestro país es importante para resaltar la variedad cultural y política de nuestra sociedad.
En efecto, nadie puede negar en la actualidad que las ciudades antes mencionadas ya no están tan sujetas al poder centrípeto que otrora ejercía la capital. En esto sin duda hay que reconocer un gran valor a las reformas de finales de los 80 y, en particular, a la Constitución Política de 1991, que supo dar mayor valor y autonomía a los departamentos y municipios.
No obstante, lo logros de los últimos años no pueden considerarse como el culmen de las ambiciones reformistas de los constituyentes.
El mayor protagonismo dado a los municipios también debe abarcar a aquellos que, bien por el abandono político o bien por la accidentada geografía de nuestra tierra, se ven tan alejados de sus capitales departamentales y de la capital del país que parecieran pueblos de otro mundo, de una realidad fantástica o sumergidos en el ayer, más parecidos al Macondo de Gabriel García Márquez que al concepto de municipio que, en principio, estamos llamados a construir.
Digo esto porque, en plena implementación de los acuerdos de paz con las Farc, pareciera que los colombianos de a pie desconocemos que uno de los puntos clave de dichos acuerdos gira en torno a la conexión entre la periferia y el centro.
Sólo así es posible crear la presencia del Estado colombiano necesaria para combatir a las bandas criminales y los grupos armados que aprovechan esa lejanía como caldo de cultivo para propagar su violencia.
Sólo así será posible crear una economía que incorpore a los campesinos más pobres y que haga valer los proyectos productivos que permitan sustituir los cultivos de uso ilícito.
Sólo así será posible que esos “macondos” que abundan en nuestro país empiecen a ser reconocidos en su diversidad política, económica y cultural como parte de una sociedad mayor y pluralista que, bajo el amparo de las normas vigentes, puedan crear bienestar para sus pobladores. Sin embargo, considero que hasta tanto tendremos que continuar cuestionándonos hasta cuándo existirán los “macondos”.