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Humano, demasiado humano

Columna del lector

05 de junio de 2016 - 03:02 p. m.

¿Y si hablamos de la violación colectiva de una niña (o de todos)?

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Por Xajamaïa Domínguez Mazhari

¿Y si nos manifestamos? ¿Y si decimos fuerte y claro que nos da asco y nos duele el alma, y el cuerpo? ¿Y si dejamos el silencio y la tristeza de Facebook? ¿Y si dejamos de ser calladamente condescendientes —y cómplices, aunque duela— frente a lo grotesco, lo cruel y lo ajeno? No tengo una idea clara aún, pensemos. Salgamos a la calle cubiertos de la cabeza a los pies con un trapo negro, rojo, sangre, desnudos, envueltos en obituarios de papel. O salgamos, simplemente. En silencio y a pie. A grito herido, si prefieren, pero salgamos. Porque el espacio público no puede ser un purgatorio de asfalto sin palabras, porque nuestro cuerpo no es un peligro ambulante, no es un cántaro del cual beber sevicia y sádico placer. Unámonos. Seamos solidarios, y solidarias. No es este caso, ni 10.000 más, en particular: no es ella, son todas, somos todos. Y es menester hacer un gesto real, más allá de un sinfín de palabras. Un plantón, una tarde, una vía bloqueada. Una manifestación triste que dé esperanza y muestre que la banalidad del mal no nos ha arrancado brazos y piernas, aún. Que nos queda vida, temple y ganas. ¿O acaso ya no?

“Indignación y conmoción”, se oye en la radio; “Twitter se ha inundado”. “Aberrante y violento”, dicen los diarios, al referirse al video de “una joven sangrando en el suelo mientras varias voces masculinas presumen de su violación”. Pero es más que eso. Algo así de fuerte y desgarrador es un síntoma de que estamos enfermos y que la dolencia es letal. Hemos sabido encontrarnos a través de los siglos en la violencia, como hilo de Ariadna de la historia, que nos lleva, paso a paso, a la ausencia de sentido. Porque si la historia tuviese un sentido, como bien quería Kant darle rumbo por sinuosos caminos —gracias a la idea de un imperativo categórico que nos guiaría hacia nuestra realización suprema— ese sentido estaría torcido y roto. No hay “guerra justa” que valga, no hay explicación válida, no hay excusa para la perfidia más vil, el arrebato brutal del cuerpo frente a los ojos atónitos, y mudos, de un planeta entero. Atónitos e indignados; atónitos y pobres; atónitos e inútiles.

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Seamos generosos, que la indiferencia es visceral, o no es; no es neutral, no hay silencio que no sea manifiesto. Y es que la violencia sexual también afecta a los hombres, aunque de ellos se hable aún menos. El domingo pasado, en Las2Orillas, Gustavo Álvarez Gardeazábal sacó a la luz otro escabroso caso de abuso sexual colectivo, que habría ocurrido dentro del Batallón Mecanizado Maza de Cúcuta. Un joven llegó al batallón a través de un hombre que le habría pagado el tiquete de ida a la ciudad. El joven contó que el sargento le dio un “jarabe contra la tos” que lo dejó mareado, y que después habían abusado de él. Su madre puso la denuncia ante la Fiscalía y éste se presentó ante Medicina Legal, pero hasta el momento nadie ha hecho declaraciones al respecto. Y la integridad, ¿qué?

Nos toca, hoy, sentar un precedente histórico. Nos toca dejar claro que no es esto lo que somos. Y decretar que en el 2016 el mundo fue más que inercia y corrección política, auspiciada por la deliciosa facilidad de las redes sociales, o de un consuelo de cajón.

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@nilnovisubsole_

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