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Por Nelson Castillo Pérez
La cultura está constituida en esencia por un cúmulo de creencias y valoraciones respecto de la vida. Estimaciones que los miembros de una sociedad han construido a lo largo del tiempo de acuerdo con sus experiencias vitales y a través de las cuales ven y sienten la vida.
Una de las creencias dominantes en la cultura del Caribe colombiano es que la muerte representa el final. “El que se murió, se jodió”, vociferó alguna vez Álvaro Cepeda Samudio. “El vivo al baile y el muerto al hoyo”, reza un refrán popular. Aquí la vida es un fandango que da muchas vueltas y el que no la goza es un pendejo. Se trata de una visión del mundo en la que la muerte no merece ser honrada. Todo lo contrario: se le profana.
Nuestra cultura, donde el lenguaje es ya una fiesta, venera la vida. Sus hablantes utilizan las palabras más para divertirse que para comunicar. Este lenguaje carnavaliza las relaciones sociales y desentroniza la solemnidad, propiciando el acercamiento y la familiaridad. La familiaridad se traduce en los términos de la aproximación entre los seres humanos. Lo ampuloso, lo distante y lo solemne se derrumban en la risa carnavalesca. Lo formal no tiene cabida. Este lenguaje desenmascara.
La visión del mundo de los habitantes del Caribe colombiano tiene una motivación original. Resulta de un modo particular de asumir la realidad, ocasionado por la incubación de una cultura híbrida. Las cosas más sobrenaturales se cuentan con una seriedad extraordinaria. Lo real maravilloso se conecta con el humor porque este consiste en una reconceptualización. La esencia del humor se fundamenta en la creación de una visión inusitada de los conceptos.
El humor constituye un antídoto contra la violencia. Gracias al humor el veterano coronel de la novela de García Márquez sobrevive en medio de la precariedad económica y la violencia política. En virtud del humor, el Caribe colombiano fue la parte de nuestro país menos afectada en los tiempos de la violencia generada por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
El humor es una condición inherente al ser humano, pero existen sociedades más humorísticas que otras en obediencia a la visión cultural. Las sociedades ligadas al humor vinculan en sus relaciones sociales la imaginación. El humor en sí puede verse como un estímulo de la imaginación a través del lenguaje. De ahí que las sociedades racionalistas no entienden nuestras metáforas e ironías. Porque la lógica del humor no se encuentra en la razón sino en la imaginación. El humor desvanece el conflicto. Flexibiliza.
Todo indica que la violencia es un estado de las relaciones sociales que no tiene más allá. Es el tope hasta donde llega aquel lenguaje seco que carece de la lúdica de las metáforas y analogías. Sucede cuando ya en el acto comunicativo no hay opción: es el fin de la racionalidad. Dicho en palabras de Habermas, la violencia surge cuando se interrumpe la comunicación. En el humor se redefinen las categorías mentales de la sociedad y las palabras adquieren reasignaciones semánticas gracias a la prosodia y la retórica, a las analogías. Los hablantes del Caribe colombiano son analógicos, metafóricos, lúdicos. La democracia y la inclusión del otro suceden con mayor vigor en el escenario del humor.
* Profesor titular de la Universidad de Córdoba.
