Indignación selectiva

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Columna del lector
13 de mayo de 2018 - 08:55 p. m.
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Por Ingrid Johanna Pinzón Reyes

Las indignaciones colectivas de las dos últimas semanas (las tangas para promocionar un candidato presidencial y el caso de discriminación de Don José) dan cuenta de la transformación sociocultural que está viviendo el país. Que haya conmoción social masiva por la instrumentalización del cuerpo de la mujer y por la discriminación abierta de una persona por su condición socioeconómica nos da muestras de que definitivamente algo está cambiando.

Los colombianos hemos padecido el lastre del machismo y del arribismo como un cáncer que no nos ha permitido avanzar hacia una sociedad más justa y menos excluyente. La dominación de las mujeres como consecuencia de la tradición cultural machista que se reproduce de generación en generación ha obstaculizado la participación de las mujeres en cargos de poder tanto en el sector público como el privado. Por su parte, la discriminación social de los pobres, legitimada por la institucionalidad, lo único que ha logrado es la reproducción de la pobreza como condición social de quienes no son aceptados y por tanto condenados al exilio de la cómoda vida de quienes sí tienen con qué pagar un almuerzo en un restaurante del Poblado.

Si nos indigna tanto ver a esas mujeres en tanga repartiendo propaganda electoral, ¿por qué no nos indignamos igual por la banalización de la figura femenina en la televisión y en la publicidad? ¿Por qué no nos indignamos por las pésimas condiciones de salubridad y la falta de acompañamiento institucional de las mujeres que ejercen la prostitución? ¿Por qué no nos mueve nada la cantidad de mujeres cabeza de familia que asumen la carga de la crianza y la provisión de recursos sin contar con el más mínimo apoyo social ni estatal?

En el mismo sentido, si nos indigna tanto que a Don José se le haya negado un plato de comida en un prestigioso restaurante, ¿porqué no nos indigna que personas trabajen turnos de más de 12 horas diarias por menos de $25.000? ¿Por qué seguimos creyendo en ese constructo que culpa a los pobres de ser pobres porque quieren, porque no trabajan e incluso porque son “vagos”? ¿Por qué no nos indignamos por la cantidad de empleo informal que esclaviza a los sectores más vulnerables condenándolos a cargar pesadas neveras de icopor al sol y a la lluvia, en cada semáforo del país?

Mi reflexión concluye en lo siguiente: nos indignan los casos particulares, los que podemos grabar en celulares y viralizar en redes sociales, nos mueve el morbo de ver en vivo y en directo actos que nos degradan como sociedad; no obstante, los problemas estructurales de la sociedad, esos que están arraigados, que se transfieren de generación en generación, que se naturalizan por considerarlos propios de nuestra cultura, continúan vivos y latentes.

@ingridjpinzon

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