Una persona que haya cometido un delito, en condiciones normales, se gana automáticamente el repudio de la sociedad.
Por Reynell Badillo
Nadie quiere a un asesino, todos aplauden cuando atrapan a un ladrón y todos insultan al unísono al político que cae retenido por corrupción. Pero cuando se trata de una violación, casi siempre aparece alguna justificación a la vista: “Fue culpa de la mujer por vestirse como puta”, “él es un buen muchacho, algo tuvo que pasar”, “es que las mujeres de hoy no son unas santas”, y muchos otros argumentos que tratan de desvirtuar el hecho, de minimizar el delito, que intentan decir que es imposible que un hombre cometa tales atrocidades o que no es tan grave como parece porque la mujer “se lo buscó”. ¿Es que no comprendemos la gravedad del asunto? El machismo viola, mata, quema con ácido, y seguimos empecinados en culpar a la víctima por semejantes barbaridades. Hemos naturalizado la violencia contra la mujer, la hemos trivializado e ingenuamente estamos perpetuando una sociedad misógina y machista.
Con respecto a las violaciones, existen algunos casos emblemáticos que nos ayudan a comprender estas conductas: Rosa Elvira Cely, Brock Turner y Jefferson Mejía. A la primera, la Secretaría de Gobierno de Bogotá la acusa de haberse buscado su violación y su posterior empalamiento. Al segundo, un hombre blanco, rubio y rico que viola a una mujer, sólo le dan seis meses de cárcel y su papá escribe una carta quejándose de cómo se le desgració la vida a su hijo por “unos minutos de acción”. Y el tercero, quizás el caso más sutil, es un violador en serie cuyos delitos pasan a un segundo plano cuando se le describe como “el violador más apuesto de Colombia”. Tenemos los tres casos típicos: en el que la culpa es de la mujer por estar donde no debía estar (porque las mujeres deben ser de casa y vestir “decorosamente”), el de “esto debe ser un error, él es un buen muchacho”, y el de la trivialización, cuando la violación pasa de agache por el sensacionalismo de los medios.
Ya es suficientemente grave que los medios de comunicación y las entidades legales dupliquen este pensamiento absurdo, pero es aún más grave que la misma ciudadanía los haya interiorizado, que aún hoy, con todas las luchas ganadas por la mujer, con toda la autonomía que han conseguido y con los cadáveres de muchas “Rosa Elvira Cely” víctimas de la violencia de género, muchas mujeres del común sigan diciendo por las calles que el violador se dañó la vida, sin pensar en la desdichada que cayó en sus manos. Una sociedad que categoriza las violaciones, las trivializa, divide a los violadores entre buenos y malos, cargará sobre sus hombros muchas violaciones más, muchas agresiones, muchos asesinatos; cargará con otra generación de hombres que seguirán ejerciendo su autoimpuesta superioridad. Es momento de cambiar el chip, de dejar de culpar a la víctima y empezar a culpar al victimario, al ofensor, al delincuente. Mientras eso no cambie, no se modificará la mezquindad de los medios ni se extinguirá la crueldad masculina, sólo seguiremos diciendo: “La culpa es de la puta”.