Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Varias han sido las columnas que he leído en los principales periódicos con respecto a la calidad educativa.
Todas dicen verdades, pero también todas parecen escritas por personas a las cuales se les acaba Bogotá en la calle 26. No hay asomo de la realidad que los docentes de colegios públicos, en los estratos más bajos, tienen que enfrentar. La misión de muchos colegios se encuentra totalmente desdibujada y ello se debe en gran parte a la mal llamada “prima de gestión” que les dan a los rectores al final de cada año escolar y que consiste en reunir tres aspectos infames.
Al primero le pusieron por nombre cobertura, que no es otra cosa que hacinamiento; al segundo lo llaman promoción, que no es otra cosa que graduar jóvenes aunque no sepan ni dividir por una cifra ni escribir bien sus propios nombres; al tercero le dicen retención, que no es otra cosa que no expulsar a nadie, aunque haya jóvenes que evaden clase todo el año y llevan armas y sustancias psicoactivas a los planteles.
De este modo, los rectores a los que les interesa dicha prima acaban con la disciplina y la buena calidad educativa de sus instituciones. Un ejemplo. La rectora de un colegio público distrital impuso como nota mínima el 2.0 en una escala de 2.0 a 5.0 y en el mismo colegio el año inmediatamente anterior fueron por docenas los jóvenes promovidos al siguiente curso reprobando cada uno hasta cuatro materias, a saber: matemáticas, geometría, español e inglés, en todos los cuatro períodos del año escolar. Allí la palabra mediocre suena a piropo.
No tengo nada en contra de que los rectores de los colegios públicos se encuentren bien remunerados. Todo lo contrario, creo que deben tener sueldos profesionales, pero eso no debe estar supeditado a la degradación que constituye convertir dichos colegios en restaurantes, reformatorios, guarderías, reclusorios y otros que nada tienen que ver con lo que verdaderamente es la razón de ser de un colegio.
Tiempo atrás, miles de graduandos de colegios públicos llegaban a las buenas universidades, también públicas, que tiene el país, pero ahora da lástima ver la lista de los admitidos a ellas. Sólo unos cuantos pasan las pruebas de admisión y actualmente son los egresados de colegios privados de buena calidad los que se están quedando con los cupos de las universidades públicas, pues ellos sí fueron a sus colegios a prepararse para la vida universitaria, de este modo los jóvenes de estratos más altos se están apoderando merecidamente de la universidad pública y tristemente los jóvenes egresados de colegios con un rector al que se le hace agua la boca con la mentada prima no pisan la universidad ni para vender dulces, pues los acostumbraron al trabajo académico a ras de piso y los condenaron a un solo diploma en sus vidas, el del colegio que los graduó.
Claro, nada de esto estaría pasando si las políticas gubernamentales de educación fueran otras, pero en el momento presente, cada rector de colegio público está haciendo lo que a bien tenga con la evaluación y promoción en sus instituciones, amparados en la libertad otorgada en sus sistemas institucionales de evaluación (SIE) y animados por la ganancia extra de su “prima de gestión”.
*Diana Vásquez
