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La muerte de Miguel Uribe: un golpe a la democracia

Columna del lector y Ana María Monsalve

18 de agosto de 2025 - 12:02 a. m.

La muerte de Miguel Uribe, líder opositor en nuestro país, duele profundamente y conmueve mucho más allá de la pérdida individual. Esta tragedia representa algo mayor y más grave: el asesinato del derecho a disentir sin miedo, del debate libre y de la oposición legítima, que constituye el corazón de cualquier democracia auténtica.

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Matar a un opositor no es solo un crimen contra una persona: es un atentado contra la esperanza colectiva de que es posible cambiar un país por medios pacíficos, con ideas y con votos. Es un golpe a la posibilidad de vivir en una nación donde la pluralidad política no sea una amenaza, sino una riqueza.

Cuando un presidente —que debería ser garante de la convivencia democrática— recurre sistemáticamente a un lenguaje violento, excluyente y lleno de desprecio hacia quienes no comparten su visión, se va sembrando el terreno para algo más oscuro. Cuando, desde el poder, se lanza la idea de que los opositores deben ser “borrados”, se deja abierta la puerta para que alguien, convencido de esa narrativa, actúe.

Este tipo de discurso no solo normaliza la violencia política, sino que deshumaniza a quienes piensan distinto. Rompe la posibilidad de diálogo y alimenta el odio como mecanismo de control. En ese ambiente envenenado, promovido por quien ostenta el máximo poder, el asesinato de un opositor no es una tragedia inesperada: es el desenlace lógico —aunque absolutamente criminal— de una estrategia de persecución sostenida.

Las palabras del poder tienen peso. Cuando se siembra odio desde arriba, siempre habrá quien se sienta autorizado para ejecutarlo abajo. Ya sea una persona radicalizada, un grupo violento o incluso actores del Estado, alguien podrá asumir esa “misión” en nombre del líder.

El dolor por la muerte de Miguel Uribe no es solo por la pérdida de su vida, sino por lo que representa: la imposición del miedo, la autocensura, la desesperanza entre quienes aún quieren resistir y construir un país diferente.

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No podemos acostumbrarnos a que asesinar a un opositor sea parte normal de los titulares de prensa. Defender la democracia es también defender la vida y la voz de quienes piensan diferente, incluso si no compartimos sus ideas.

Por eso, hoy, con la muerte de Miguel Uribe, quienes creemos en los principios democráticos sentimos esa herida no solo como una pérdida personal, sino como un golpe profundo a nuestros más importantes valores, los que sostienen nuestra convivencia.

Lo sentimos en la piel, porque duele. En la historia, porque conocemos los ciclos de violencia política que han marcado a Colombia. Y en la memoria colectiva, porque este no es el primer caso ni, lamentablemente, será el último si no reaccionamos como sociedad.

Si no frenamos esta espiral, no solo perderemos vidas: perderemos el país.

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Por Ana María Monsalve

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