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Ciertamente, a medida que el tiempo avanza, ignorar la situación de Venezuela resulta una tarea muy ardua. La cuestión venezolana, en los últimos años, ha sido un tópico recurrente en los medios de comunicación, en las discusiones parlamentarias, en las investigaciones académicas y en las conversaciones cotidianas. No obstante, parecería ser que las discusiones en torno al país ya no ocupan la primera plana, ni figuran en prime time.
Por el contrario, el feminismo ha cobrado un protagonismo inédito e incluso en la actualidad parece ir perdiendo la carga peyorativa que tradicionalmente se le asociaba. La popularidad que ha ganado el movimiento en Latinoamérica ha permitido que se ponga el foco de atención en la situación de las mujeres en el continente y resulta evidente que en Venezuela, azotada por una de las peores crisis humanitarias, sus condiciones de vida son alarmantes.
El entonces presidente Hugo Chávez solía afirmar que la revolución que él encabezaba era socialista y feminista, pues “sin la verdadera liberación de la mujer sería imposible la liberación plena de los pueblos”. La revolución bolivariana posiciona así a la mujer como uno de sus pilares fundacionales. De acuerdo con esto, la revolución desde su génesis es feminista.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) afirmaba en 2015 que las mujeres en Venezuela contaban con mayores y mejores estrategias e instrumentos de resistencia y liberación. Sin embargo, los informes publicados por la ONU y las denuncias realizadas desde el Consejo de Derechos Humanos proveen información que no se condice con lo aquí indicado.
El informe sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela elaborado por Michelle Bachelet recopila las denuncias sobre violaciones a derechos y pone especial atención al estado en que se encuentran las venezolanas. Se describe allí la falta de acceso a alimentos —traducida en altos índices de desnutrición en embarazadas—, la imposibilidad de acceder a métodos anticonceptivos y la carencia de insumos médicos en hospitales para poder llevar adelante partos, entre otros.
Esta dificultad para obtener bienes primordiales es lo que las empuja a tomar decisiones drásticas que atentan contra su dignidad. El informe señala que es precisamente la imposibilidad de acceder a bienes tan básicos como puede ser un plato de comida lo que expone a las mujeres a situaciones adversas, como verse forzadas a intercambiar alimentos por su cuerpo. Conociendo esta información, no resulta sorpresivo que la ONU denuncie el uso de las mujeres como mercancía.
Resulta paradójico y contradictorio que sea justo en la patria socialista donde la mujer adquiera el carácter de bien de consumo. Ahora bien, el proyecto del socialismo del siglo XXI está plagado de contrariedades y esto resulta solo una pequeña parte de ellas.
La revolución bolivariana no trajo consigo prosperidad ni protección para las jefas de familia, y mucho menos les dio un papel protagonista en las políticas públicas; en cambio, las sumió en la pobreza, les quitó la dignidad y condenó a muchas de ellas a ser víctimas de la prostitución y de la trata para poder alimentar a sus hijos.