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Un postulado sobre el que basamos la idea de nuestra sociedad es el concepto axiomático de la equidad de derechos y deberes.
Todos los logros de inclusión de los últimos años para discapacitados, personas pertenecientes a la comunidad LGBT y comunidades autóctonas han ganado un espacio basados en esta proposición elemental, pero fallan en su implementación cuando exigen de nosotros dar, ser generosos y ceder posturas, pagar mas impuestos, ceder puestos en el transporte. ¿Por qué aceptamos que mi prójimo tiene mis mismos deberes y derechos siempre que esos derechos y deberes no me exijan a mí salir de mi vida muelle?
De esto se ha hablado y escrito demasiado y en esencia la conclusión siempre es la misma: la igualdad no existe. Es un concepto humano para vivir en sociedad, pero el hombre-animal, el hombre-predador, siempre será proclive a buscar su propio beneficio. La educación humanista va, en casi todas sus vertientes, enfocada a incrustar la idea de una sociedad mas “justa”. De un país mas “incluyente”. Pero en estas latitudes da la impresión de que es una lucha particularmente fuerte contra la corriente.
Todo esto no pasa de ser un comentario de coctel si de por medio no se estuviera cocinando el tema de la tan mentada paz entre grupos insurgentes y el Gobierno. Desde los flancos más conservadores que propenden por una “paz sin impunidad”, diciendo con esto que no se está de acuerdo con las amnistías, hasta la paz firmada a pupitrazo y de rodillas de la izquierda radical. Hemos callado impunemente ante la eliminación sistemática de los líderes visibles del cambio por poderes oscuros dentro del Estado y de los ostentadores del poder económico que desean mantener el statu quo, y pretendemos pedirle a la guerrilla que deje las armas prometiendo una paz estable y un derecho por sus vidas que aún hoy no puede garantizar el Estado. Hemos colocado a Plazas Vega y a varios militares por falsos positivos en la cárcel y pretendemos que los Timochenkos y Gabinos pasen de agache y posen de estadistas en el gobierno futuro.
La pregunta es simple. Desde el tendido político desde donde miremos, ¿qué estamos dispuestos a dar? ¿Perdón y olvido para Farc y Eln, pero así mismo para las Auc y los militares de los falsos positivos?
¿Daremos un trato respetuoso y digno a un líder de la Marcha Patriótica así como a Álvaro Uribe, respetando su derecho a sentir y pensar diferente? ¿O esperamos agazapados nuestra justicia pa’ los otros y nuestro perdón y olvido para los de la familia? ¿Es la igualdad un concepto aceptado por todos y para todos? ¿O sólo un argumento base para ganar una posición ventajosa cuando nos conviene? Les dejo la inquietud.
UN PAÍS TAN SOLAPADO Y CAMANdulero como el nuestro, en el que nos la pasamos criticando la desigualdad en el reparto de la riqueza siempre que esa riqueza no sea precisamente la mía; donde criticamos que otros elijan a los mismos vejestorios de luengos bigotes y bótox que encabezan los partidos tradicionales, pero no ejercemos nuestro derecho a votar; donde queremos un sistema de transporte digno y accesible para todos, pero aceptamos sin inmutarnos la anacrónica idea del bus para mujeres; este país es un excelente grupo de muestra para colocar sobre la mesa la paradoja de marras entre la sociedad construida en la base de la igualdad, por una parte, y el respeto por las libertades individuales, de otra parte.
Juan Ángel Soliz *
