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No sufro por la época, sufro por la poesía. Es la entraña que me aborda, que me enfrenta, que me considera como ser lleno de páginas viendo palabras naciendo. No creo en políticas. Me asusta la poesía.
La poesía llega como quebrantamiento para asombrar. Es el caos organizado. Es el encuentro con Dios en soledad. La manera en que se organiza es única porque se guía del desorden viendo la mínima gran cosa que aparece, expandiéndose sangrientamente de manera abierta, descarada y brutal como un sistema capital.
La poesía es más violenta que la revoluciones burguesas vigentes, tiene más enfermedad que cualquier microorganismo, porque ella —como lo hace el capitalismo— va recorriendo el mundo entero —consumiendo el cuerpo entero—, sin darnos cuenta de la necesidad que tiene de andar por todas partes, estableciendo relaciones incomprendidas para agrandar su instrumento revolucionario que quebranta las bases fronterizas de las naciones, explotando la tierra del lenguaje para encontrar las migajas de pan que se venden en el mercado mundial. Ella lleva la fuerza y el peso de estar en este mundo aumentando las poblaciones en las ciudades y haciendo reclamos al Tratado de Libre Encanto por productos que se pudren al hacer la inmensa fila de buques que llegan de países apartados, y así enloquece a los millones de consumidores apasionados que esperan a orillas del mar poder conseguir la falla interna, la credibilidad burda y la fatalidad del instante.
Hay un eclipse en las palabras y es la poesía. Aquel eclipse que nos desorienta, nos transforma y realiza. Como en la película Teorema, de Pasolini, cuando llega un invitado a la casa de la familia burguesa para romper las ideas que cada uno guarda de sí, para romper la comodidad enamorándose cada uno de aquel joven que se marcha de la casa para ser algo perdible. Ese joven condena a cada sujeto de la familia a la repetición de ir por la cosa que nos gusta. Con la llegada del joven —como si fuese la poesía— se logra ver el desierto existencial de buscarse en lo que aún no tenemos y lo que no sabemos de nosotros mismos. En la película se muestra la incitación que tiene la poesía de rebasar cualquier época, cualquier idea de sociedad, porque ella por sí sola se filtra por cada sujeto que la expresa y cada sujeto que la interpreta.
No podemos olvidar que el lenguaje rebasa por ser la metafísica viva que fulmina en el sujeto, la cultura o la sociedad. El lenguaje es el más allá y el más allá es el compendio de estar viviendo en las palabras. Cada uno permanece en aquel eclipse que interpreta el mundo con palabras hacia lo que tenemos perdido, hacia el paraíso quitado.
La imaginación no perdona porque pide ser inagotable. Y la poesía se confunde con todo lo que imaginamos haciendo metonimias y metáforas que mezclan primaveras y otoños universales. En medio de la barbaridad humana que se ha trazado por la conquista del poder en nuestra cultura, la poesía en ese filtro del sistema rompe con todo, rompe todo lo que sueñan las culturas porque hace al ser humano manifestarse en su posibilidad última y la vez común de enfrentarse con otro ser humano al estarse imaginando.
Por eso creo que por desafío y contradicción la poesía rebasa a la sociedad. Y aunque hoy estemos a una sola decisión de apretar un botón y destruir el mundo, ella solo quedará derrotada si se mata a toda la humanidad, porque de lo contrario el humano se sostiene es por la metafísica de vivir en las palabras. Eso es la poesía: la confusión humana.