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La tercera versión de Uribe

Columna del lector

15 de noviembre de 2015 - 09:00 p. m.

Nils Runeberg, personaje del ingenioso Jorge Luis Borges en Tres versiones de Judas, salvó al discípulo traidor y lo puso en un nuevo escenario en el que su bajeza fue el motivo de su grandeza.

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A lo largo de su vida expuso tres interpretaciones sobre el culpable de la traición que, acompañada de un beso señalador y recompensada con 30 piezas de plata, llevó a Jesús a la cruz. La tercera versión, entre eruditas ficciones y conjeturas teológicas del autor argentino, da cuenta de que Judas —y no el crucificado— era la encarnación del Verbo. Dios se hizo hombre “hasta la infamia” (pecador), se hizo Judas para salvarnos

Yo no pude hacer otra cosa que relacionar este maravilloso cuento de Borges con Álvaro Uribe Vélez. Según la sabia mayoría —o no sé cuántos millones de compatriotas—, el ahora senador redimió a nuestro sufrido y perdido país. Es por eso el mejor presidente de la historia, el Gran Colombiano.

Cuenta el padrenuestro patriotero que el Mesías, dotado de inteligencia superior, nos salvó, al menos por dos cuatrienios, del único y mayor pecado que ha azotado a este país de desplazados, mutilados, desaparecidos y pobres: las Farc.

Narraban las fallidas profecías que el líder del rebaño acabaría con el pecado en 18 meses. Luego, se nos reveló que sería en ocho años. Ni lo uno ni lo otro. No obstante, sostengo que sigue siendo nuestro Redentor —digo esto con todo el respeto que merecen la Iglesia y la Santa Procuraduría General de la Nación—, puesto que, como Dios, se hizo Judas o, para ponerlo en español uribista, se hizo carnita y huesitos para demostrarnos que, a punta de balas, acabar con la guerrilla es una tarea sangrienta y bastante difícil. Tal vez sin las reconocidas manchas de su Gobierno, ajeno a la vergüenza y proclive a los atajos, aunada a la indecencia y el cinismo criminal de las Farc, no se valorara tanto como hoy la necesidad de un acuerdo para la terminación del conflicto.

Gracias a Uribe sí tendremos un mejor país, o menos peor, para ser más preciso con el lenguaje, pero no por su santidad e impoluto comportamiento, como lo he descubierto gracias a Runeberg, sino porque fue gobernante hasta la infamia: se codeó con delincuentes —la mayoría de buena familia, eso sí—, peleó sin parar por el Sur y por el Oriente e hizo venia ciega hacia el Norte y, como si fuera poco, fue sordo ante la oposición en público, pero la escuchó muy bien en privado. No cabe duda de que su humildad le dio para rebajarse tanto como pudo para fracasar en su intento de exterminar a los angelitos del Caguán, pisoteando e irrespetando de paso a las instituciones. Así, es innegable que su bajeza es el motivo de su grandeza.

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Esto es, pues, un homenaje a uno de los mejores escritores del siglo XX y, a la vez, aunque sea una blasfemia tan grande como honrar a Freddie Mercury y a Silvestre Dangond en la misma tarima, al Salvador y “presidente” —como aún lo llaman sus creyentes para no cometer una herejía— que se quedó sin las Alcaldías de Bogotá y Medellín y la Gobernación de Antioquia en las elecciones del pasado 25 de octubre. ¡Eterna gratitud!

 

@Lunes_feliz

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