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Lesbos

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Columna del lector
15 de septiembre de 2014 - 12:56 a. m.
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El procurador francés imperial Ernest Pinard, en 1857 y con la aparición de Las flores del mal, no pudo esconder su aliento e invocando el nombre de la falaz moral pública arremetió contra la obra insignia de Baudelaire; censuró seis poemas y sumió al poeta en un penoso juicio.

Por fortuna este procurador no ordenó quemar sus obras; por fortuna no era colombiano ni era lefebvrista.

En Colombia parece haber pasado un poco el escándalo por el tema de los derechos de las minorías sexuales, pues esta tierra atiborrada de ajetreos ya se ha sumido en otros líos más. Hace tiempo, la polémica por cuenta del fallo de la Corte Constitucional en dirección de validar el derecho de una pareja de lesbianas a adoptar niños bajo una situación muy particular causó revuelo, así como el comentado hecho de la relación sentimental de dos ministras del actual gabinete y, por supuesto, la amenaza sobre la posible destitución de la pareja de congresistas del Partido Verde. La opinión pública no hacía más que bramar fuego mientras yo recordaba el rugido abismal de Baudelaire en uno de sus poemas censurados. En Lesbos apenas se lee: “¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo justo y de lo injusto?”.

Lesbos no sólo es la patria de la poetisa de la Antigüedad Safo, pues Lesbos es la cuna y el símbolo de quien con sus versos desgarraba su amor por la figura femenina, la auténtica pasión mujeril, lésbica. La espontaneidad del sentimiento nunca se ha podido opacar por las mezquinas leyes sociales y mucho menos en tratándose de las leyes impuestas por el cristianismo, que acuden a la falsedad de lo natural. Lo natural siempre estuvo ligado al concepto de la reproducción porque sólo la reproducción despojaría al hombre de su gran riesgo: la extinción. Ya superado el problema de la supervivencia como especie, y ante el agobiante problema de la sobrepoblación, este mito se quebró. Con o sin homosexuales, este mundo irá creciendo hasta desbordarse.

El castigo social que recayó sobre Baudelaire por defender ese mundo bohemio que nada contra la corriente de la oscura moral imperante, sin ser homosexual, fue tan sanguinario como el juicio social que se hace a las parejas del mismo sexo que asumen la valerosa opción de formalizar su relación.

Lo más preocupante, sin lugar a dudas, es el rechazo a exaltar la diferencia en una democracia moderna que debería respetar y convivir con las libertades individuales. En tal sentido, la casa de la democracia, el Congreso, incapaz de cumplir con su misión, que es legislar, hace culto a la negligencia, no por nada la Corte Constitucional hace presión. Sin embargo, el Congreso no es el único responsable. Se espera que los ciudadanos conscientes hagan a un lado los intereses particulares fundados en una moral impuesta o adquirida con el fin de pujar por derechos y equidad, pero no, eso no es folclórico.

La genialidad de Baudelaire consistía en hacer ver lo negro simplemente claro, cuando realmente era blanco. En Lesbos es clara la adulación a la figura pasional y es nítida la tragedia. Aun así la madre de la revolución lo condenó hace siglo y medio. Ciento cincuenta años después, Colombia, la mojigata, la inepta, la hipócrita, la oculta, con timidez pronuncia la palabra —ho-mo-sex-su-al— mientras la parquedad del mundo político contagia a la sociedad de bronca o de desidia.

“¿Quién entre los dioses osará, Lesbos, ser tu juez?”. 

*Juan Manuel Monroy

@juan132514

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