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Los medios de comunicación tienen el lente de la corrupción desenfocado desde que se dio inicio a la histórica división teórica entre economía y política en el siglo XIX.
En su gran mayoría, las noticias y reportajes que se producen sobre los casos de corrupción entre empresarios y políticos (o funcionarios) se enfocan en quienes se dejaron corromper, los cuales aparecen en las portadas de periódicos y revistas, y no en los corruptores, quienes, al igual que el hombre invisible, mueven el vaso sin que la mano se vea. El principal efecto de este problema técnico en la fotografía mediática es la construcción de una imagen de la realidad en la que los principales responsables tienen, en el mejor de los casos, el rostro desenfocado, como le sucede a Mel en Desmontando a Harry de Woody Allen (en los peores casos, realmente son invisibles).
En este sentido, los medios, seducidos por su cínica personalidad, proyectaron en Joseph Blatter, y en menor medida en su séquito, la mayoría de sus reflectores. Pero las caras de los representantes de las empresas multinacionales implicadas en la corrupción de la FIFA no tuvieron el número de portadas que sí tuvo —y tiene— el casi octogenario anciano que, a pesar de los millones en su cuenta bancaria, viste siempre de un único color azul. Los representantes del marketing deportivo y de poderosas inmobiliarias dieron dinero a los dirigentes de la FIFA, quienes lo recibieron con gusto a cambio de tener los derechos de comercialización televisiva y los de las sedes para los torneos.
Y si esto es así en la FIFA, en la política, donde la corrupción se estableció desde la misma fundación de los estados, la velación y el desenfoque de los principales corruptores es más contundente. Sobre esto, el caso colombiano más emblemático conocido recientemente es el de un magistrado de la Corte Constitucional, Jorge Pretelt. Él, se descubrió, era sobornado por importantes empresas para que fallara a su favor en contra de tutelas con multas por miles de millones pesos. De nuevo, poco se conocen los rostros y nombres de los representantes —los corruptores— de las empresas que, al fin y al cabo, no podrían crecer sin la corrupción (y aún más allá, sin la política en sí). Ésta es necesaria para su proceso de acumulación y concentración de capital como lo ejemplifica, en carne viva, Hélber Otero, una de las pocas caras que aparecen en las noticias (sin contar el excepcional caso de los hermanos Nule), el cual, siendo un reconocido empresario, es investigado por, presuntamente, intentar sobornar a Jorge Pretelt, según afirma El Espectador. Su historia, tal y como la expone el diario, es la historia de una promiscua y fecunda relación entre los negocios legales e ilegales.
Así, tener la claridad de que los políticos son corrompidos por empresarios corruptores no les quita ni un céntimo de responsabilidad a los primeros, ni niega el inmenso poder que pueden llegar a tener. Por el contrario, tener claro el enfoque deja ver su verdadera naturaleza: la de ser sofisticados instrumentos de hombres invisibles que juegan a los dados con las vidas ajenas.
