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“Me gustaría que estuviera lloviendo cuando... cuando me llegue la hora, pues las flores duran más tiempo con el agua”. Pedro Lemebel
El temor de ser nombrado desde la infancia con términos desconocidos, despectivos o excluyentes, según la mirada de la heteronormatividad. Te señalan como marica, mariquita, loca. Otros niños y adultos emplean la indiferencia ante estos nombramientos, “cosas de niños”, dirían algunos. De este modo, no permiten a la mayoría de nosotros la exploración género-sexual identitaria, ¿cómo podrían, en una perspectiva absolutista de la moralidad? En la periferia colombiana, además de sufrir la estructura sociocultural del centralismo, se manifiestan otras vivencias transitadas por la violencia armada, el descuido del Estado y la notable corrupción desde las alcaldías municipales; son las maricas las que quedan a la intemperie del sistema violento y simbólico de este país.
Leyendo a Fernando Molano Vargas, encontré unos versos que me acogieron y brindaron luz, a falta de lecturas y referentes de mi nombramiento dado en la infancia: “Esta vida es tan rara: ¿por qué se enamora uno de alguien? O sea: ¿por qué me enamoré de Leonardo y no de Libia?, ¿y por qué se enamoró Fabio de Patricia y no de Leonardo?”. Es la duda inicial del deseo y, a su vez, el acondicionamiento social de “estar sucio” o tener pensamientos “malos”, que nos generan desde la infancia. Es desarrollar el deseo inexplorado en algunos montes, entregando nuestros cuerpos a manos grandes y miradas viejas. Limpiar la tierra y luego llorar en soledad. Nacer en un pueblo del Caribe para un marica es difícil, arbitrario y político, por eso no todos llegan a salir de los dogmas de la región (heteronorma): para ellos también es este discurso.
Y nos tildan de (re)sentidas, por no tolerar el maltrato o la violencia simbólica de nuestro entorno, como aquellos animales de engorde que solo deben esperar al amo para ser agarrados y asesinados, brindando un sabor especial en la mesa. Son nuestros nombres los que señalan y guardan en su libro de la moralidad, etiquetando cada pecado, cada error o lesión provocada a su sociedad. ¿Acaso ser marica no me permite ser humana?
En palabras de Pedro Lemebel: “Mi hombría fue morderme las burlas / comer rabia para no matar a todo el mundo / mi hombría es aceptarme diferente / ser cobarde es mucho más duro”. Esta dinámica emotiva nos permite reconocer en algunos versos el escenario de aquellas personas que han sido resilientes, como la mariposa en vuelo o como la abeja posándose en primavera; la lucha marica es amarse negra, indígena, VIH positivo y disidente. Es esta diversidad en la que habitamos la que nos ha permitido transitar por las aristas de la vida y seguir volando. Caminar por las calles de Córdoba no debería ser un acto de valentía para las personas cuir, pero es esta sociedad condenatoria la que busca jerarquizar al amor, saquear nuestros cuerpos y silenciar las voces diversas.
En Córdoba las víctimas no solo cargan este nombramiento, son poetas, docentes, modelos, campesinas. Incluso tienen nombre propio: Lucía, Antonio, Juan, Marta, José, etc., pero necesitamos visibilidad, reconocernos como personas que sentimos y ocupamos un espacio, una voz y un discurso para ser escuchadas. Seres que han habitado un dolor corporal, simbólico, incluso la violencia estructural del Estado y sus políticas negligentes, que no abarcan las vivencias de las personas cuir en la región. Después de tanta pena, nos merecemos vivos, pensantes y soñadores: como el Sinú siendo lumbrera para los poetas.