Matar al padre

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Cristina Rojas Tello
08 de abril de 2024 - 09:00 a. m.
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Terminé de leer En agosto nos vemos la noche del viernes 8 de marzo, el Día de la Mujer Trabajadora. Desde la ventana de mi apartamento aún se escuchaban los cantos y las arengas de las feministas en la calle.

Este libro es para mí una oportunidad alegre de volver a leer a García Márquez y retornar a sus temas recurrentes, pero desde otra perspectiva: la de un hombre octogenario que seguía haciéndose preguntas, que evolucionó su visión hasta que la vida y la memoria se lo permitieron. Una oportunidad que le dieron sus hijos, su editor y la editorial de mostrarse renovado frente a sus lectores, con una visión diferente sobre la mujer y la sexualidad con respecto a sus anteriores obras.

Ana Magdalena Bach es muy disímil a Úrsula Iguarán, Ángela Vicario, Remedios la Bella o Fermina Daza. Es una intelectual que se acerca a los cincuenta años y que además de deseada es deseante. La novela da cuenta del diálogo interior de la protagonista, que incluye desde sus duros juicios personales frente al espejo hasta su consciencia de la libertad ganada por la experiencia, lo que le permite reconocer ese momento vital como el propicio para emprender las aventuras amorosas que en 27 años de casada no se había permitido. Ana Magdalena, sola y libre en su isla, en algo me recordó al cuarto propio que propone Virginia Woolf.

García Márquez en esta obra mostró la infidelidad de otra manera. No siempre la búsqueda de un amante está dada por el deseo de venganza, el aburrimiento, el hastío o la ausencia de felicidad conyugal. La sexualidad humana, en su complejidad y necesidad de diversificarse, mueve al individuo a la aventura de explorar los límites de su sexualidad. Eso motivó las exploraciones de la protagonista.

También encontré en el texto un intento del autor por asomarse a las nuevas representaciones sexuales contemporáneas. Hace mucho tiempo no leía en un libro el término “hermafrodita” para referirse a una persona intersexual. Lejos de parecerme ofensivo, veo con benevolencia el intento del autor, que podría haber pasado los ochenta años al escribir esta novela, por invitar a su universo literario a un personaje diverso sexualmente, tan ausentes en su obra.

Salió de nuevo a relucir esa tendencia a la descripción de los encuentros sexuales desde el desempeño o anatomía de la genitalidad masculina; eso me resultó agotador.

Disfruté las referencias a libros y melodías. Cada viaje de Ana Magdalena significaba un hotel diferente, un libro, un autor, una melodía y un amante nuevo.

Finalmente, Ana Magdalena Bach desobedece a la última voluntad de su madre: mantener sus huesos enterrados para la eternidad en aquella isla. Como ella, los hijos del Nobel desobedecen al padre: este libro no sirve, hay que destruirlo. Tal vez un mensaje entre líneas nos envía el autor, a quien nunca le gustó obedecer.

Por Cristina Rojas Tello

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Edgar(40706)08 de abril de 2024 - 04:19 p. m.
Lo comparto totalmente.
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